Gerardo Diego nació en Santander, en 1896. Su figura humana y su
obra literaria son extraordinariamente versátiles: poeta, profesor,
critico literario, articulista en la prensa diaria, musicólogo, pianista,
pintor...; y autor de cuarenta libros poéticos originales que le
convierten en una de las figuras más destacadas de la poesía
del siglo XX.
Fue Catedrático de Literatura en Institutos de Soria, Gijón,
Santander y Madrid. En 1932 apareció su famosa antología Poesía
española, obra de capital importancia en la historia de la poesía
española anterior a la Guerra Civil, y en la que se recogen composiciones
-y testimonios acerca del concepto de poesía- de los poetas de la
Generación del 27, de la que Diego forma parte. En 1947 ingresó
en la Real Academia Española. Son numerosos los premios que ha recibido;
entre ellos, el Nacional de Literatura -en 1925, por Versos humanos; premio
que comparte con Rafael Alberti y su Marinero en tierra-, y el Cervantes
-en 1979-. Murió en Madrid, en 1987.
La versatilidad de Diego le ha permitido simultanear la poesía de
vanguardia -Diego es el máximo representante español del Creacionismo-
y la poesía clásica o tradicional; y en ambas direcciones
poéticas se advierte una cualidad constante: el dominio absoluto
de la forma, cualquiera que sea el tipo de verso elegido.
Diego se inicia en el mundo de la poesía con tres libros -escritos
en 1918- de gran sencillez y grata musicalidad: Iniciales, El Romancero
de la novia y Nocturnos de Chopin -libro este último que revela la
capacidad del poeta para relacionar música y poesía-. El espíritu
vanguardista del poeta está presente en varios libros: Evasión
-escrito entre 1918 y 1919, y considerado ultraísta-; Imagen (1922)
y Manual de espumas (1924) -adscritos al Creacionismo; libros de poesía
originalísima, al margen de toda lógica y de cualquier referencia
a la realidad inmediata. A este tipo de poesía alude el poeta cuando
afirma: "Creer lo que no vimos dicen que es la Fe; crear lo que nunca veremos,
esto es la Poesía."; Fábula de Equis y Zeda -obra escrita
entre 1926 y 1929, en pleno fervor gongorino; sucesión de imágenes
disparatadas, en sextetos de gran musicalidad-; y Poemas adrede -en donde
se hace patente la influencia del surrealismo; intento de aunar la expresión
tradicional con la vanguardista-; surrealismo que alcanza también
a algunos de los poemas de Ángeles de Compostela (1940).
Los mejores libros, dentro de la vertiente tradicional, son, sin duda, Versos
humanos (1925) y Alondra de verdad (1941); obras que incluyen sonetos de
insuperable perfección técnica, como los titulados "El ciprés
de Silos", "Giralda", "Insomnio", "Revelación"...
En sus libros posteriores sigue manifestándose la aguda sensibilidad
para la belleza y el sentido musical que ha presidido siempre el quehacer
poético de Gerardo Diego. Dentro de los libros de "paisajes" destacan
-además de Alondra de Verdad y Ángeles de Compostela- Soria
(1923), Paisaje con figuras (1956), Mi Santander, mi cuna, mi palabra (1961)
y Vuelta del peregrino (1966). La lírica amorosa de Diego se concentra
en libros como Amazona (1956), Amor solo (1958), Canciones a Violante (1959)
y Sonetos a Violante (1962). La lírica religiosa está recogida
en Versos divinos (1971) -obra que incluye el libro juvenil Viacrucis (1931),
donde hallamos décimas algo frías y demasiado elaboradas,
pero llenas de esencias populares-. La afición de Diego por la música
origina una de sus grandes composiciones: Preludio, aria y coda a Gabriel
Fauré (1967), en la que Diego ha sido capaz de transmitir con sus
versos la fuerza expresiva de la música. Y de su pasión por
los toros dan testimonio los libros La suerte o la muerte (1963) y El cordobés
dilucidado (1966).
