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La poesía
desarraigada |
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Los
Contadores de estrellas (Ciclo I Primaria) |
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CICLO II PRIMARIA El niño y la cometa
Dámaso
Alonso. Hombre
y Dios. Dámaso Alonso aparentemente dibuja aquí una escena entrañable propia de la infancia: todos hemos sido protagonistas y testigos de la emoción desbordante con la que los niños se entregan al apasionante vuelo de una cometa. Parece que hoy en día es una de tantas costumbres olvidadas y sepultadas bajo el implacable peso de los juegos mecánicos y electrónicos, pero todo aquel adulto que en su infancia disfrutó con el liberador revoloteo de estos pájaros metálicos, habrá sido capaz de transmitir a sus hijos esta embriagadora pasión. El júbilo de comprobar que ese objeto aparentemente inanimado e inútil formado por unas pocas piezas de plástico, tela y metal cobra vida gracias al hechizo mágico del viento es indescriptible. El niño se siente poderoso porque su ayuda posibilita la labor revitalizadora del aire y, a la vez, se turba ante los sucesivos fracasos que la experiencia le reporta: ¿por qué a veces la cometa se alza majestuosa y otras los empellones de Eolo parecen leves caricias que acunan a la birlocha? Y es que el niño es más espectador que protagonista de este juego; sus movimientos son torpes, aunque pone todo su empeño -mano inhábil, ojo atento- y no pierde detalle de la aventura espacial que se esboza ante sus atónitos ojos. Agarra con firmeza (parece irle la vida en ello y es cierto porque en el hilo reposa toda su esperanza de emular algún día a su juguete preferido) la cuerda de la cometa, maternal cordón umbilical que por el que transmite su valor y energía al nuevo objeto volador. El poeta realiza un sabio equilibrio a tres bandas: la cometa es un ave que se mantiene en el aire sin aletear meciéndose a merced del viento; pero, al mismo tiempo, la cometa es el corazón ilusionado del pequeño que -al no poder levantar su cuerpo del suelo- se fusiona imaginariamente a su juguetona amiga para emprender un viaje de ensueño:
La fantasía infantil se caracteriza por su capacidad de volar a lejanos lugares y permitir a los niños protagonizar aventuras fabulosas. Unas veces los pequeños ponen en juego este don simplemente por el placer de sentir emociones intensas -unas veces tiernas, otras dramáticas; ora delirantes, ora terribles-, pero otras veces es el instinto de supervivencia el que les guía: su realidad cotidiana es tan dura que su capacidad de asimilación se siente desbordada y por eso deciden trascender su presente con "viajes" alucinantes hacia mundos menos hirientes. Eso parece querer insinuar Dámaso en este poema: el corazón del niño necesitaba huir porque estaba sufriendo y como carecía de las alas de la cometa y de los recursos materiales y psicológicos para escapar, se identificaba con la birlocha y olvidaba por un rato su amargura (aquí simbolizada, una vez más, en el viento como señor -quizá- del trágico destino de todos los mortales):
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