La poesía desarraigada
de Dámaso Alonso

Antología poética comentada

Se ofrecen seguidamente cuatro poemas de Dámaso Alonso, los titulados

"¿Cómo era?" (Poemas puros)
"La injusticia" (Hijos de la ira)
"Mujer con alcuza" (Hijos de la ira)
"De profundis" (Hijos de la ira)

Para un amante de la poesía, poemas como los titulados "La injusticia", "Mujer con alcuza" y "De profundis" -incluidos en Hijos de la ira-, resultan de lectura obligada. Late en ellos una fuerte temperatura afectiva, compatible con un empleo riguroso del lenguaje que aprovecha los recursos fónicos de los vocablos para suscitar las más diversas emociones.
Reproducimos los poemas de acuerdo con la edición de Miguel J. Flys, publicada por la editorial Castalia en la colección Clásicos Castalia, núm. 152.

La injusticia.
(Este poema, que no figura en la edición primera del libro, está provocado por alguna noticia de carácter nacional que hirió profundamente la sensibilidad del poeta)

¿De qué sima te yergues, sombra negra?
¿Qué buscas?
                
Los oteros,
como lagartos verdes, se asoman a los valles
que se hunden entre nieblas en la infancia del mundo.
Y sestean, abiertos, los rebaños, 5
mientras la luz palpita, siempre recién creada,

mientras se comba el tiempo, rubio mastín que duerme
/a las puertas de Dios.

Pero tú vienes, mancha lóbrega,
reina de las cavernas, galopante en el cierzo, tras tus corvas
/pupilas, proyectadas
como dos meteoros crecientes de lo oscuro, 10
cabalgando en las rojas melenas del ocaso,
flagelando las cumbres
con cabellos de sierpes, látigos de granizo.

Llegas,
oquedad devorante de siglos y de mundos, 15
como una inmensa tumba,
empujada por furias que ahincan sus testuces,
duros chivos erectos, sin oídos, sin ojos,
que la terneza ignoran.

Sí, del abismo llegas, 20
hosco sol de negruras, llegas siempre,
onda turbia, sin fin, sin fin manante,
contraria del amor, cuando él nacida
en el día primero.

Tú empañas con tu mano 25
de húmeda noche los cristales tibios
donde al azul se asoma la niñez transparente, cuando
     /apenas
era tierna la dicha, se estrenaba la luz,
y pones en la nítida mirada
la primer llama verde 30
de los turbios pantanos.

Tú amontonas el odio en la charca inverniza
del corazón del vejo,
y azuzas el espanto
de su triste jauría abandonada 35
que ladra furibunda en el hondón del bosque.

Y van los hombres, desgajados pinos,
del oquedal en llamas, por la barranca abajo,
rebotando en las quiebras,
como teas de sombra, ya lívidas, ya ocres, 40
como blasfemias que al infierno caen.

... Hoy llegas hasta mí.
He sentido la espina de tus podridos cardos,
el vaho de ponzoña de tu lengua
y el girón de tus alas que arremolina el aire. 45
El alma era un aullido
y mi carne mortal se helaba hasta los tuétanos.

Hiere, hiere, sembradora del odio:
no ha de saltar el odio, como llama de azufre,
    
/de mi herida.
Heme aquí: 50
soy hombre, como un dios,
soy hombre, dulce niebla, centro cálido,

pasajero bullir de un metal misterioso que irradia
    
/la ternura.

Podrás herir la carne
y aun retorcer el alma como un lienzo: 55
no apagarás la brasa del gran amor que fulge
dentro del corazón, bestia maldita.

Podrás herir la carne.
No morderás mi corazón, 60
madre del odio.
Nunca en mi corazón,
reina del mundo.

NOTAS

Versos 2-6. Visión del mundo edénico, anterior a la llegada de la injusticia. El paisaje descrito (colinas alongadas sobre un llano: lagartos verdes) es un recuerdo de Cabezón de la Sal (Santander), lugar oriundo de la mujer del poeta.

Verso 7. El tiempo caracterizado en forma de un mastín que vela la paz del mundo recién creado.

Versos 8-24. Estos versos describen la terrible omnipresencia de la injusticia: como una monstruosa furia mitológica que domina los aires, una tumba que avanza por la tierra, y una turbia onda manante de la región subterránea.

Versos 30-31. Símbolo de la corrupción moral que destruye la inocencia infantil.

Versos 32-36. Símbolos de la maldad en la vejez, completando así el dominio de la injusticia sobre el hombre, desde la niñez hasta la muerte. Los versos siguientes sintetizan esta idea con la imagen de los hombres subordinados al terrible poder.

Verso 38. Oquedal: Monte sólo de árboles, limpio de matorrales y hierba.

Versos 52-53. En fuerte contraste con las imágenes anteriores, la visión del hombre que no se rinde a la injusticia: dulce, cálido, misterioso y tierno (aunque pasajero)