La exuberante belleza del lenguaje poético de Vicente Aleixandre

El autor al alcance de los lectores infantiles

Ciclo I Primaria
El más pequeño
El niño raro
Ciclo II Primaria
El niño murió
La hermanilla
En el lago

Ciclo III Primaria
El visitante
Al colegio
La clase

Ciclo III Primaria

Al colegio

Yo iba en bicicleta al colegio.
Por una apacible calle muy céntrica de la noble ciudad misteriosa.
Pasaba ceñido de luces, y los carruajes no hacían ruido.
Pasaban majestuosos, llevados por nobles alazanes o bayos, que caminaban con eminente porte.
¡Cómo alzaban sus manos al avanzar, señoriales, definitivos,
no desdeñando el mundo, pero contemplándolo
desde la soberana majestad de sus crines!
Dentro, ¿qué? Viejas señoras, apenas poco más que de encaje,
chorreras silenciosas, empinados peinados, viejísimos terciopelos:
silencio puro que pasaba arrastrado por el lento tronco brillante.
Yo iba en bicicleta, casi alado, aspirante.
Y había anchas aceras por aquella calle soleada.
En el sol, alguna introducida mariposa volaba sobre los carruajes y luego por las aceras
sobre los lentos transeúntes de humo.
Pero eran madres que sacaban a sus niños más chicos.
Y padres que en oficinas de cristal y sueño...
Yo al pasar los miraba.
Yo bogaba en el humo dulce, y allí la mariposa no se extrañaba.
Pálida en la irisada tarde de invierno,
se alargaba en la despaciosa calle como sobre un abrigado valle entísimo.
Y la vi alzarse alguna vez para quedar suspendida
sobre aquello que bien podría ser borde ameno de un río.
Ah, nada era terrible.
La céntrica calle tenía una posible cuesta y yo ascendía, impulsado.
Un viento barría los sombreros de las viejas señoras.
No se hería en los apacibles bastones de los caballeros.Y encendía como una rosa de ilusión, y apenas de beso, en las mejillas de los inocentes.
Los árboles en hilera eran un vapor inmóvil, delicadamente
suspenso bajo el azul. Y yo casi ya por el aire,
yo apresurado pasaba en mi bicicleta y me sonreía...
y recuerdo perfectamente
cómo misteriosamente plegaba mis alas en el umbral mismo del colegio.

Historia del corazón. La mirada infantil.
Madrid: Espasa-Calpe.

Éste es el poema que abre "La mirada infantil", cuarta parte del libro Historia del corazón, un conjunto de nueve poemas en los que Aleixandre parece detenerse en su ciclo vital y volver la vista atrás hacia su pasado, hacia su más remoto ayer, a fin de ayer aquellos recuerdos inolvidables que le permitan seguir entendiendo su presente y preparar con mayor solidez y serenidad su futuro. Ahora su esbelto y enfermizo cuerpo parece haberse encogido hasta adoptar el tamaño de su niñez y cabalga a lomos de un corcel metálico, de su hermosa bicicleta alada y se dirige alegremente hacia la escuela.

Por el camino se cruza con un mundo muy diferente: él rebosa alegría, energía, sencillez, ganas de vivir; las gentes parecen arrastrarse más que viajar a lomos de patéticos y barrocos carruajes; en su inteior no hay síntomas de vida, de sentimiento; son imágenes huecas, fachadas sin cuerpo que sólo posan ante la sociedad para que les miren y admiren su poder y su categoría social. Hasta tal punto son sombrías aquellas viejas momias que el infante sólo repara en la majestuosidad soberana de sus cabalgaduras.

La crítica hacia aquellas damas de alta alcurnia es demoledora:

"Dentro, ¿qué? Viejas señoras, apenas poco más que de encaje,
chorreras silenciosas, empinados peinados, viejísimos terciopelos:
silencio puro que pasaba arrastrado por el lento tronco brillante..."

El muchacho está entusiasmado por todo lo que ve y su euforia le hace sentir que en vez de rodar en su bicicleta por aquella "apacible calle muy céntrica de la noble ciudad misteriosa", va remando, casi volando, como aquella mariposa fantástica que parece compartir con él la pasión por la vida aún a costa de poder perderla olvidando que estamos en una "irisada tarde de invierno" y el frío puede acabar con su frágil existencia.

Y no perdamos de vista a la mariposa porque ella simboliza las ansias de libertad y superación del muchacho. Él quisiera ir más allá, volar a otros mundos magníficos en los que poder vivir aventuras verdaderamente extraordinarias. Y si durante todo el trayecto desde el hogar hasta la escuela se había transformado en un ser mágico, volador, portentoso, la llegada al umbral del colegio le hacía volver a la realidad -tal vez porque allí no había sitio para la fantasía y la creatividad- y se apresuraba a recuperar su mismidad corpórea humana:

"misteriosamente plegaba mis alas en el umbral mismo del colegio"

se había terminado la aventura y la realidad cotidiana imponía sus condiciones: nada de ensoñaciones, nada de lirismo, nada de irrealidad.

Parece que sólo los elementos naturales se alían con el niño para hacerle más agradable su existencia: la mariposa le acompaña y deleita con sus cabriolas aéreas, los árboles creaban una atmósfera etérea y acogedora, volátil y delicada:

"los árboles en hilera eran un vapor inmóvil, delicamente suspenso bajo el azul",

y el viento -¡qué decir del viento!- se mostraba selectivo en su deambular por el espacio urbano: a las señoras les arrebataba implacable los sombreros, a los caballeros los ignoraba (ni siquiera se golpeaba contra sus bastones), pero se enternecía y suavizaba cuando se acercaba a las mejillas de los infantes, hasta tal punto que parecía regalarles la pureza y el aroma de una rosa:

"encendía como una rosa de ilusión, y apenas de beso, en las mejillas de los inocentes".

Y en medio de este paisaje el muchacho se sentía dichoso, encantado de poder ser espectador de todos aquellos diminutos prodigios que la vida le regalaba; pero era una felicidad que le hacía crecer interiormente, sin ningún tipo de anhelo de ser el centro de nada, sin querer llamar la atención de las gentes con sus cabriolas ciclistas. No pedaleaba para que los otros admiraran su velocidad o firmeza; lo hacía porque en su interior hervía la pasión y por eso

"yo apresurado pasaba en mi bicicleta y me sonreía..."

¡se sonreía a sí mismo!, no sonreía vanidosamente a los posibles espectadores porque no necesitaba encontrar en ellos su aprobación. Su paz interior le bastaba.