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¿Cuál
será el futuro de la educación?
No
ha habido más remedio que acatar las órdenes de Europa de reducir el déficit
público. Pero no deja de ser una cruel paradoja que aquellos que menos
se han beneficiado en épocas de bonanza, empleados públicos y pensionistas,
paguen los platos rotos.
Y no quiero
referirme ahora ni a la corrupción ni al capitalismo virtual financiero,
que vuelve a campar como si nada. No es para refregarse las manos, porque
además, al parecer, estos recortes no garantizan la salida de la crisis.
Y lo peor, a mi modo de ver, no son las rebajas en los salarios, sino
la supresión de muchos servicios sociales, especialmente en sanidad y
en educación, tanto pública como concertada. Durante estos últimos años
hemos escolarizado miles de inmigrantes, la mayoría en la escuela pública
con diversidad de niveles educativos, de entornos familiares, de lenguas
y culturas. Eso cuesta dinero. Estamos aún muy lejos de la inversión de
los países europeos pioneros del Estado de bienestar. Ya hace tiempo que
se va reduciendo la inversión en educación: suprimiendo bachilleratos
nocturnos y ahora diurnos, reduciendo aulas de acogida, eliminando coordinaciones
y reducciones de horas para los profesores mayores de 55 años. Y un largo
etcétera. Recortes que sufrirá también la escuela concertada. Un atentado
contra la calidad de la educación.
Se encoge el
Estado de bienestar que ha sido hasta ahora la mejor garantía de redistribución
de la riqueza, o sea de equidad social, en nombre de una mal llamada eficiencia
social. Además el premio Nobel de Economía Joseph Stieglitz asegura que
en época de crisis no se han de hacer recortes sociales, cuando los cambios
en el modelo productivo se consiguen fundamentalmente con una mejor educación:
les recuerdo que la mayoría de los países con óptimos resultados invierten
mucho más que nosotros. Catalunya continuará con las carreteras y los
ferrocarriles más deficientes del Estado y con una educación peor. Necesitamos
nuevas formas organizativas para evitar un exceso de burocracia y gasto,
y no para adelgazar el Estado de bienestar, sino para mejorarlo. El shock,
como bien analiza Naomi Klein, producido por las crisis económicas es
aprovechado con calculado oportunismo por el neoliberalismo, para forzar
la renuncia de logros sociales y valores que en otras circunstancias hubiéramos
defendido con más convicción.
Carme
Alcoverro
La Vanguardia. 29 de junio de 2010.
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