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filosofía parte de la desorientación. No que al hombre le
acontezca desorientarse, perderse en su vida, sino que, por lo visto,
la situación del hombre, la vida, es desorientación, es
estar perdido, y por eso existe la metafísica. La idea de orientación
es más radical, más honda y previa que la idea de saber,
y no viceversa. El estar orientado no se aclara verdaderamente por el
concepto de saber, la orientación no es un saber, sino al revés,
el saber es una orientación.
José Ortega y Gasset: Unas lecciones de metafísica.
En el número 738 del 25 de febrero de 2004, Comunidad Escolar publicaba
un artículo titulado La enseñanza en estrategias de pensamiento;
en él se invitaba al debate teórico-práxico a partir
del análisis de los métodos y maneras del enseñar
a pensar.
Pues mire usted, mucho ha llovido desde entonces. O tal vez no.
Vaya, pues no sé si campará por otros derroteros o si en
estado cataléptico o mimético ha permanecido durante estos
años; o quizás, vaya usted a saber, todavía podamos
tildar de actual, inherente e inmanente, todo aquel discurso, máxima
o aforismo, que de forma elocuente, concisa o, por qué no, codificada
at infinitum, verse sobre la tan denostada y vilipendiada, polémica
y siempre actual temática educativa. Sí, esa señora
que solemos adjetivar de esencial, necesaria, última, universal,
permanente, unidad de lo múltiple, búsqueda de principios
y elementos últimos…, en fin, la llamada paideia griega y
humana. Sin embargo, bien sabemos los apóstatas y partidarios -los
librepensadores y los correligionarios, los bien pertrechados frente a
las acechanzas y las apuestas subversivas- que en tanto que de educación
se trate, la filosofía -el pensamiento racional-filosófico,
el logos, es decir, ese pensar que considera los fenómenos necesarios
y por ende sometidos a las exigencias de su propia naturaleza según
reglas o principios internos que, sin duda, hay que intentar desentrañar-
muestra que el pensamiento racional es el que nos permite conocer de manera
más adecuada la realidad; y con ello, ser libres.
El pensamiento racional es fuente de libertad frente a dos irreconciliables
pensamientos: la magia y sus múltiples formas de superstición
capaces de esclavizar mediante el miedo; y el pensar mítico en
tanto que producto de la imaginación y de la tradición,
ese que toma la arbitrariedad como lema. Sí, en suma, hablar de
filosofía y de actitud filosófica es hablar de inteligencia
y de libertad. Ya decía Sócrates, con criterio, que “una
vida sin filosofía no es una vida humana”.
Vayamos pues a colegir que si al hablar de educación el anacronismo
no imprime inflexión, en nada, a la esencia y necesidad del término
-fíjese, aún aplicado en épocas versátiles,
arcaicas, modernas o contemporáneas y sin duda no por ello carentes
de unidad- tendrá que refrendar que el adjetivo esencial-accidental
para nada es paradójico, no, ni hablar, el calificativo le viene
al pelo: educación esencial y permanente, accidental y cambiante,
sea tú o sea yo, la educación será siempre polémica
y actual, en suma, tan atemporal y esencial como necesaria para la especie
humana.
Fundamentos de nuestra cultura
Dicen los apologetas de la historia que, como otros elementos fundamentales
de nuestra cultura la filosofía nació en Grecia. Que el
surgimiento y los períodos fundamentales de su desarrollo, junto
con los filósofos más importantes y esos temas centrales
de que se ocuparon Platón y Aristóteles, han sido pábulo
o disentería -según el pensador al caso- para el pensamiento
posterior y para entronizar o anatematizar esa visión panorámica
y sistemática de los filósofos clásicos, en suma,
ese fundamento fiel, que no pastiche, sobre el que se apoyará todo
el pensamiento occidental posterior.
Pues sí, dicen y dicen bien. Así es: la filosofía
surgió en Grecia en un intento de explicar racionalmente la realidad
en toda su amplitud -el universo, el hombre, la cultura, la moral y la
política. Pero ojo, no se ha de olvidar que antes del nacimiento
de la filosofía, los griegos –como cualquier otra cultura-
fundamentaban sus explicaciones en los mitos. Y sí, es cierto que
la filosofía griega se desarrolló a lo largo de unos mil
siglos, durante los cuales los distintos filósofos griegos plantearon
las ideas fundamentales acerca de las grandes cuestiones que siempre han
interesado y que continúan interesando al ser humano. Pues he ahí,
aquí está la actualidad de todo lo que tiene que ver con
el pensar. Hablamos de lenguaje, de pensamiento, de enseñanza,
de aulas, de teorías y metodologías ajustadas o pusilánimes,
de hordas o de facciones, de educación racional basada en el esfuerzo
y la experiencia o de recetas a golpe de despacho y manual que en preciso
y supuesto acto de consumación, proporcionan al acólito
un sinfín de capacidades, habilidades y destrezas, capaces de refrendar
la mayor de las barbaridades sin conciencia de prevaricación ni
de entelequia. Efímero y pasajero desorden de pensamientos, de
esos, sí, esos males de nuestra historia vuelven a reafirmar su
permanencia y ultimidad. Mire usted que sí, aquí estamos,
de nuevo, frente al pensamiento cuan tabula rasa de un grupo disoluto
de discentes, frente a mentes cerradas a la reflexión, frente a
espíritus cansados de apariencia imparcial, empecinados en acrisolar
un único objetivo pragmático: la nota, la calificación,
el aprobado sin esfuerzo, el ponme un diez y vale, no te daré problemas,
no me exijas y ponme un diez con diez, así, sin más, para
qué pensar, entusiásmate en tus clases, disfruta con tus
enigmas pero no me hables de aporías ni de ideas, o sí,
habla para la pared y no preguntes, no mires que hago, déjame escuchar
música o meterme una raya, tú a lo tuyo, verborrea, nadie
te entiende, anda tío, que en cuanto suene el timbre te vas y a
poner el cazo, ah, pero eso sí, no te olvides del diez con diez,
sino te la monto amigo.
Vaya, parece que sí, parece que sí han cambiado las cosas.
Algo me dice que en estos cuatro años que diferencian ambos escritos
la educación no ha perdido su atávico afán de compendiar,
ni su apodíctica posición frente al más de lo mismo,
es decir, ese seguir en la polémica afrenta entre posiciones teoréticas
y metodológicas que, en suma, hacen de la pléyade de sus
adeptos algo más que un uniformado y bien sonante equilibrio entre
iguales; pero ojo, permítame decirle eso es estupendo. La diferencia,
la riqueza está precisamente en esta diversidad, en esa disparidad
de criterios que obligan a una dialéctica constante y a un dar
vueltas al pensar intentando descubrir un camino, infinitos caminos, el
lampiño o el jumento, la verdad o falsedad, lo fatuo o necio de
cada una de sus propuestas. Bien, viva la diferencia, la diversidad que
enriquece y respeta, la que es capaz de comprender dentro de lo ajeno
y de sentir lo propio como extraño si es el caso, es decir, cuando
la hermenéutica habla de pluralidad y de consenso, de afán
de contractualismo negando el fanatismo fustigador.
Sí, las cosas han cambiado, claro que sí. Cierto, sin duda
se busca la claridad teorética pero ojo, hay más ingredientes
para aliñar: la praxis, el día a día, la desmotivación
y la falta de esfuerzo intelectual propiciada por una cultura que está
generando un potencial humano con trazas egóticas, enervantes,
conjunto de faustos dignos de la mejor de las parodias. Obviamente, qué
ha de preocuparnos hoy en la educación: educar, pero educar pensamientos
racionales, mentes capaces de fundamentar y conquistar su propia libertad.
Y no nos olvidemos de la gracia de la cuestión: un pensar filosófico
es fuente de libertad.
Pero ojo, aquí está el quiz: ¿qué valor tiene
hoy en día una formación intelectual? ¿Valora nuestra
sociedad el pensamiento práctico y el teorético? ¿Premiamos
el esfuerzo intelectual? ¿Nos excedemos en la publicidad creando
paraísos al alcance de un par de presuntos euros? ¿Lanzamos
al mercado laboral personal suficientemente cualificado? ¿Procuramos
proyectar una imagen racional de la humanidad? ¿Suele el pensamiento
emocional cerrar el paso a la razón?, ¿Pretendemos llevar
vidas ajustadas a nuestras necesidades o nos excedemos en las mismas?...,
en suma, ¿Qué lugar ocupa el pensar racional en nuestras
vidas…? ¿Y en nuestras escuelas…? ¿Y en los
discentes…? ¿Y en los docentes…?. La austeridad, la
ataraxia, la apatía…, los ideales del sabio helenístico
piden paso, la individualidad y el váyase usted al carajo parecen
demandar su reinado.
El origen de la filosofía: del mito
al logos.
La filosofía surgió en Grecia al inicio del siglo VI a.C.
La aparición de la filosofía trajo consigo una profunda
transformación de la cultura griega tradicional e impulsó
un nuevo modo de pensar, más racional y crítico. A partir
del VII a.C. tuvo lugar una amplia transformación en la sociedad
griega: el comercio adquirió una importancia definitiva con la
aparición de la moneda; el aumento de la riqueza, la movilidad
y el comercio, favorecieron la transformación de la sociedad aristocrática,
agrícola y guerrera en la polis o ciudad-Estado; además,
con el auge del comercio se multiplicaron los viajes y desplazamientos
que, a su vez, favorecieron la adquisición de nuevos conocimientos
técnicos y geográficos, así como el contacto con
otras culturas y formas de vida.
Dime sino resulta comprensible que en el contexto de una sociedad tan
dinámica las mentes más despiertas comenzaran a considerar
inadecuadas las creencias tradicionales transmitidas por poetas como Homero.
Te contaré más, los poemas homéricos eran para los
griegos la fuente fundamental de sus conocimientos. En ellos aprendían,
no solamente los valores morales característicos de la sociedad
tradicional y las creencias religiosas, sino también cuanto creían
saber sobre geografía, historia de los pueblos y sus costumbres,
navegación, sobre la guerra, etc. Sí, así fue, en
este contexto nació la filosofía. La filosofía nació
como búsqueda de formas nuevas de conocimiento y de explicación
de los problemas que interesan al ser humano. Sin duda, a la aparición
de la filosofía contribuyó también el hecho peculiar
de no poseer libros sagrados. Y ya sabemos que allí donde estos
existen las creencias tradicionales resultan indiscutibles por dogmáticas,
lo cual dificulta el desarrollo de un pensamiento crítico y libre.
Y como es de recibo, la filosofía surgió y se desarrollo
como pensamiento crítico y libre.
Bien, pues aquí estamos de nuevo. Quien es capaz de negar un mundo
irracional, quien se atreve a decir que vivimos ajustados a una realidad
plausible porque nos hemos hecho eco de ese sentir griego racional y crítico.
¿Criticar? ¿Razonar? ¿Investigar? ¿Argumentar?
Me temo que estos infinitivos están fuera de contexto. ¿Arbitrariedad?
¿Dogma? ¿Superstición? ¿Miedo? ¿Esclavitud?
Mira, estos sí, observa amigo que estos verbos definen a la perfección
el caos irracional en el que vivimos y viven nuestros alumnos. ¿Saben
pensar? ¿Les enseñamos en las aulas a pensar? ¿Se
dejan enseñar? ¿La cultura, la sociedad, la familia, las
instituciones e internet, las violencias, las luchas por y entre las desigualdades,
las miles de muertes absurdas y los efectos de esa temida globalización,
permiten al docente sembrar en campo fértil? Pues me temo que no.
¿Estaremos ante el eterno retorno de lo mismo? ¿Se volverá
a generar en el tiempo el paso del mito al logos? ¿Nacerá
en nuestras sociedades, del abuso de la superstición y del pragmatismo,
de la incomprensión de hechos violentos y execrables, un nuevo
logos, un pensamiento racional más fino?.
Por si fuera así, será mejor que nos vayamos preparando,
que empecemos a recordar que la narración mitológica fue
sustituida por la explicación racional. Que la transformación
cultural producida por la filosofía en el siglo VI a. C suele definirse
como el paso del mito al logos. Que mito y logos son términos griegos
originalmente sinónimos. Que uno y otro significaban palabra, discurso
o explicación y que posteriormente adquirieron matices distintos
y dejaron de ser sinónimos. Que llegaron a contraponerse como dos
tipos de explicación de naturaleza diversa: que “mito”
vino a significar “narración” protagonizada por dioses
y héroes de un pasado remoto e indeterminado; y que “logos”
significó explicación racional, explicación basada
en pruebas y razones.
También haríamos bien si empezáramos a explicar en
nuestras aulas la diferencia entre autoridad y razón. Deberíamos
analizar los mitos y las supersticiones como narraciones tradicionales
sobre dioses y héroes que relatan acontecimientos cuya verdad nadie
puede corroborar, es decir, se ha de insistir en que la aceptación
de los mitos no depende de que existan pruebas para confirmar su verdad,
sino de la autoridad que les prestan la tradición y el arraigo
que tienen en su comunidad. Y sin duda, no nos deberíamos de olvidar
de prodigar panegíricos a la filosofía, esa ciencia del
ser y del actuar, del decir y del obrar, que pretende ofrecer explicaciones
racionales. Y prolijamente y arriscados como el más audaz de los
maestros deberíamos defender que la filosofía desdeña
el valor de las explicaciones sustentadas en el principio de autoridad;
y que una explicación valdrá tanto como valgan las razones
en que se apoya, los argumentos y pruebas que puedan aducirse en su favor.
Y ten pon seguro amigo que, sin duda, sin dilación, en ese arte
tan arcaico pero tan cercano se va a cursar y desarrollar la enseñanza
del año académico que comienza.
El pensamiento racional retorna, su ciclo se ha iniciado, volveremos a
vivir el eterno retorno de lo mismo. Vamos, déjate seducir por
la razón y los rapsodas que por doquier anuncian lo inevitable:
el paso del mito al logos.
La idea de sentido se relaciona con la felicidad del ser humano.
Por eso la felicidad no puede estribar sólo en los bienes materiales,
en la posesión de las cosas, en la superioridad, en el poder, por
más que nuestra sociedad moderna haya basado el desarrollo en su
producción gracias a la ciencia y a la técnica. El hombre
es algo más que un ser que consume. La felicidad humana es algo
más complejo que la mera conquista del poder y la posesión.
F. Torralba, Pedagogía del sentido.
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