En la presenta colaboración, su autora, profesora de Filosofía, toma como referente un artículo publicado hace cinco años en Comunidad Escolar para reflexionar, argumentar y abrir un espacio de debate acerca del lugar de la filosofía en nuestra cultura y, por ende, en nuestra educación.

Acerca del pensamiento racional en tanto que fuente de libertad

María Jesús Recio Ruiz
Profesora de filosofía y Licenciada en Psicología Clínica y en Filosofía y Ciencias de la Educación

a filosofía parte de la desorientación. No que al hombre le acontezca desorientarse, perderse en su vida, sino que, por lo visto, la situación del hombre, la vida, es desorientación, es estar perdido, y por eso existe la metafísica. La idea de orientación es más radical, más honda y previa que la idea de saber, y no viceversa. El estar orientado no se aclara verdaderamente por el concepto de saber, la orientación no es un saber, sino al revés, el saber es una orientación.
José Ortega y Gasset: Unas lecciones de metafísica.
En el número 738 del 25 de febrero de 2004, Comunidad Escolar publicaba un artículo titulado La enseñanza en estrategias de pensamiento; en él se invitaba al debate teórico-práxico a partir del análisis de los métodos y maneras del enseñar a pensar.
Pues mire usted, mucho ha llovido desde entonces. O tal vez no.
Vaya, pues no sé si campará por otros derroteros o si en estado cataléptico o mimético ha permanecido durante estos años; o quizás, vaya usted a saber, todavía podamos tildar de actual, inherente e inmanente, todo aquel discurso, máxima o aforismo, que de forma elocuente, concisa o, por qué no, codificada at infinitum, verse sobre la tan denostada y vilipendiada, polémica y siempre actual temática educativa. Sí, esa señora que solemos adjetivar de esencial, necesaria, última, universal, permanente, unidad de lo múltiple, búsqueda de principios y elementos últimos…, en fin, la llamada paideia griega y humana. Sin embargo, bien sabemos los apóstatas y partidarios -los librepensadores y los correligionarios, los bien pertrechados frente a las acechanzas y las apuestas subversivas- que en tanto que de educación se trate, la filosofía -el pensamiento racional-filosófico, el logos, es decir, ese pensar que considera los fenómenos necesarios y por ende sometidos a las exigencias de su propia naturaleza según reglas o principios internos que, sin duda, hay que intentar desentrañar- muestra que el pensamiento racional es el que nos permite conocer de manera más adecuada la realidad; y con ello, ser libres.
El pensamiento racional es fuente de libertad frente a dos irreconciliables pensamientos: la magia y sus múltiples formas de superstición capaces de esclavizar mediante el miedo; y el pensar mítico en tanto que producto de la imaginación y de la tradición, ese que toma la arbitrariedad como lema. Sí, en suma, hablar de filosofía y de actitud filosófica es hablar de inteligencia y de libertad. Ya decía Sócrates, con criterio, que “una vida sin filosofía no es una vida humana”.
Vayamos pues a colegir que si al hablar de educación el anacronismo no imprime inflexión, en nada, a la esencia y necesidad del término -fíjese, aún aplicado en épocas versátiles, arcaicas, modernas o contemporáneas y sin duda no por ello carentes de unidad- tendrá que refrendar que el adjetivo esencial-accidental para nada es paradójico, no, ni hablar, el calificativo le viene al pelo: educación esencial y permanente, accidental y cambiante, sea tú o sea yo, la educación será siempre polémica y actual, en suma, tan atemporal y esencial como necesaria para la especie humana.

Fundamentos de nuestra cultura

Dicen los apologetas de la historia que, como otros elementos fundamentales de nuestra cultura la filosofía nació en Grecia. Que el surgimiento y los períodos fundamentales de su desarrollo, junto con los filósofos más importantes y esos temas centrales de que se ocuparon Platón y Aristóteles, han sido pábulo o disentería -según el pensador al caso- para el pensamiento posterior y para entronizar o anatematizar esa visión panorámica y sistemática de los filósofos clásicos, en suma, ese fundamento fiel, que no pastiche, sobre el que se apoyará todo el pensamiento occidental posterior.
Pues sí, dicen y dicen bien. Así es: la filosofía surgió en Grecia en un intento de explicar racionalmente la realidad en toda su amplitud -el universo, el hombre, la cultura, la moral y la política. Pero ojo, no se ha de olvidar que antes del nacimiento de la filosofía, los griegos –como cualquier otra cultura- fundamentaban sus explicaciones en los mitos. Y sí, es cierto que la filosofía griega se desarrolló a lo largo de unos mil siglos, durante los cuales los distintos filósofos griegos plantearon las ideas fundamentales acerca de las grandes cuestiones que siempre han interesado y que continúan interesando al ser humano. Pues he ahí, aquí está la actualidad de todo lo que tiene que ver con el pensar. Hablamos de lenguaje, de pensamiento, de enseñanza, de aulas, de teorías y metodologías ajustadas o pusilánimes, de hordas o de facciones, de educación racional basada en el esfuerzo y la experiencia o de recetas a golpe de despacho y manual que en preciso y supuesto acto de consumación, proporcionan al acólito un sinfín de capacidades, habilidades y destrezas, capaces de refrendar la mayor de las barbaridades sin conciencia de prevaricación ni de entelequia. Efímero y pasajero desorden de pensamientos, de esos, sí, esos males de nuestra historia vuelven a reafirmar su permanencia y ultimidad. Mire usted que sí, aquí estamos, de nuevo, frente al pensamiento cuan tabula rasa de un grupo disoluto de discentes, frente a mentes cerradas a la reflexión, frente a espíritus cansados de apariencia imparcial, empecinados en acrisolar un único objetivo pragmático: la nota, la calificación, el aprobado sin esfuerzo, el ponme un diez y vale, no te daré problemas, no me exijas y ponme un diez con diez, así, sin más, para qué pensar, entusiásmate en tus clases, disfruta con tus enigmas pero no me hables de aporías ni de ideas, o sí, habla para la pared y no preguntes, no mires que hago, déjame escuchar música o meterme una raya, tú a lo tuyo, verborrea, nadie te entiende, anda tío, que en cuanto suene el timbre te vas y a poner el cazo, ah, pero eso sí, no te olvides del diez con diez, sino te la monto amigo.
Vaya, parece que sí, parece que sí han cambiado las cosas. Algo me dice que en estos cuatro años que diferencian ambos escritos la educación no ha perdido su atávico afán de compendiar, ni su apodíctica posición frente al más de lo mismo, es decir, ese seguir en la polémica afrenta entre posiciones teoréticas y metodológicas que, en suma, hacen de la pléyade de sus adeptos algo más que un uniformado y bien sonante equilibrio entre iguales; pero ojo, permítame decirle eso es estupendo. La diferencia, la riqueza está precisamente en esta diversidad, en esa disparidad de criterios que obligan a una dialéctica constante y a un dar vueltas al pensar intentando descubrir un camino, infinitos caminos, el lampiño o el jumento, la verdad o falsedad, lo fatuo o necio de cada una de sus propuestas. Bien, viva la diferencia, la diversidad que enriquece y respeta, la que es capaz de comprender dentro de lo ajeno y de sentir lo propio como extraño si es el caso, es decir, cuando la hermenéutica habla de pluralidad y de consenso, de afán de contractualismo negando el fanatismo fustigador.
Sí, las cosas han cambiado, claro que sí. Cierto, sin duda se busca la claridad teorética pero ojo, hay más ingredientes para aliñar: la praxis, el día a día, la desmotivación y la falta de esfuerzo intelectual propiciada por una cultura que está generando un potencial humano con trazas egóticas, enervantes, conjunto de faustos dignos de la mejor de las parodias. Obviamente, qué ha de preocuparnos hoy en la educación: educar, pero educar pensamientos racionales, mentes capaces de fundamentar y conquistar su propia libertad. Y no nos olvidemos de la gracia de la cuestión: un pensar filosófico es fuente de libertad.
Pero ojo, aquí está el quiz: ¿qué valor tiene hoy en día una formación intelectual? ¿Valora nuestra sociedad el pensamiento práctico y el teorético? ¿Premiamos el esfuerzo intelectual? ¿Nos excedemos en la publicidad creando paraísos al alcance de un par de presuntos euros? ¿Lanzamos al mercado laboral personal suficientemente cualificado? ¿Procuramos proyectar una imagen racional de la humanidad? ¿Suele el pensamiento emocional cerrar el paso a la razón?, ¿Pretendemos llevar vidas ajustadas a nuestras necesidades o nos excedemos en las mismas?..., en suma, ¿Qué lugar ocupa el pensar racional en nuestras vidas…? ¿Y en nuestras escuelas…? ¿Y en los discentes…? ¿Y en los docentes…?. La austeridad, la ataraxia, la apatía…, los ideales del sabio helenístico piden paso, la individualidad y el váyase usted al carajo parecen demandar su reinado.

El origen de la filosofía: del mito al logos.

La filosofía surgió en Grecia al inicio del siglo VI a.C. La aparición de la filosofía trajo consigo una profunda transformación de la cultura griega tradicional e impulsó un nuevo modo de pensar, más racional y crítico. A partir del VII a.C. tuvo lugar una amplia transformación en la sociedad griega: el comercio adquirió una importancia definitiva con la aparición de la moneda; el aumento de la riqueza, la movilidad y el comercio, favorecieron la transformación de la sociedad aristocrática, agrícola y guerrera en la polis o ciudad-Estado; además, con el auge del comercio se multiplicaron los viajes y desplazamientos que, a su vez, favorecieron la adquisición de nuevos conocimientos técnicos y geográficos, así como el contacto con otras culturas y formas de vida.
Dime sino resulta comprensible que en el contexto de una sociedad tan dinámica las mentes más despiertas comenzaran a considerar inadecuadas las creencias tradicionales transmitidas por poetas como Homero. Te contaré más, los poemas homéricos eran para los griegos la fuente fundamental de sus conocimientos. En ellos aprendían, no solamente los valores morales característicos de la sociedad tradicional y las creencias religiosas, sino también cuanto creían saber sobre geografía, historia de los pueblos y sus costumbres, navegación, sobre la guerra, etc. Sí, así fue, en este contexto nació la filosofía. La filosofía nació como búsqueda de formas nuevas de conocimiento y de explicación de los problemas que interesan al ser humano. Sin duda, a la aparición de la filosofía contribuyó también el hecho peculiar de no poseer libros sagrados. Y ya sabemos que allí donde estos existen las creencias tradicionales resultan indiscutibles por dogmáticas, lo cual dificulta el desarrollo de un pensamiento crítico y libre. Y como es de recibo, la filosofía surgió y se desarrollo como pensamiento crítico y libre.
Bien, pues aquí estamos de nuevo. Quien es capaz de negar un mundo irracional, quien se atreve a decir que vivimos ajustados a una realidad plausible porque nos hemos hecho eco de ese sentir griego racional y crítico. ¿Criticar? ¿Razonar? ¿Investigar? ¿Argumentar? Me temo que estos infinitivos están fuera de contexto. ¿Arbitrariedad? ¿Dogma? ¿Superstición? ¿Miedo? ¿Esclavitud? Mira, estos sí, observa amigo que estos verbos definen a la perfección el caos irracional en el que vivimos y viven nuestros alumnos. ¿Saben pensar? ¿Les enseñamos en las aulas a pensar? ¿Se dejan enseñar? ¿La cultura, la sociedad, la familia, las instituciones e internet, las violencias, las luchas por y entre las desigualdades, las miles de muertes absurdas y los efectos de esa temida globalización, permiten al docente sembrar en campo fértil? Pues me temo que no. ¿Estaremos ante el eterno retorno de lo mismo? ¿Se volverá a generar en el tiempo el paso del mito al logos? ¿Nacerá en nuestras sociedades, del abuso de la superstición y del pragmatismo, de la incomprensión de hechos violentos y execrables, un nuevo logos, un pensamiento racional más fino?.
Por si fuera así, será mejor que nos vayamos preparando, que empecemos a recordar que la narración mitológica fue sustituida por la explicación racional. Que la transformación cultural producida por la filosofía en el siglo VI a. C suele definirse como el paso del mito al logos. Que mito y logos son términos griegos originalmente sinónimos. Que uno y otro significaban palabra, discurso o explicación y que posteriormente adquirieron matices distintos y dejaron de ser sinónimos. Que llegaron a contraponerse como dos tipos de explicación de naturaleza diversa: que “mito” vino a significar “narración” protagonizada por dioses y héroes de un pasado remoto e indeterminado; y que “logos” significó explicación racional, explicación basada en pruebas y razones.
También haríamos bien si empezáramos a explicar en nuestras aulas la diferencia entre autoridad y razón. Deberíamos analizar los mitos y las supersticiones como narraciones tradicionales sobre dioses y héroes que relatan acontecimientos cuya verdad nadie puede corroborar, es decir, se ha de insistir en que la aceptación de los mitos no depende de que existan pruebas para confirmar su verdad, sino de la autoridad que les prestan la tradición y el arraigo que tienen en su comunidad. Y sin duda, no nos deberíamos de olvidar de prodigar panegíricos a la filosofía, esa ciencia del ser y del actuar, del decir y del obrar, que pretende ofrecer explicaciones racionales. Y prolijamente y arriscados como el más audaz de los maestros deberíamos defender que la filosofía desdeña el valor de las explicaciones sustentadas en el principio de autoridad; y que una explicación valdrá tanto como valgan las razones en que se apoya, los argumentos y pruebas que puedan aducirse en su favor. Y ten pon seguro amigo que, sin duda, sin dilación, en ese arte tan arcaico pero tan cercano se va a cursar y desarrollar la enseñanza del año académico que comienza.
El pensamiento racional retorna, su ciclo se ha iniciado, volveremos a vivir el eterno retorno de lo mismo. Vamos, déjate seducir por la razón y los rapsodas que por doquier anuncian lo inevitable: el paso del mito al logos.

La idea de sentido se relaciona con la felicidad del ser humano. Por eso la felicidad no puede estribar sólo en los bienes materiales, en la posesión de las cosas, en la superioridad, en el poder, por más que nuestra sociedad moderna haya basado el desarrollo en su producción gracias a la ciencia y a la técnica. El hombre es algo más que un ser que consume. La felicidad humana es algo más complejo que la mera conquista del poder y la posesión.

F. Torralba, Pedagogía del sentido.


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