Mundos sobre fragmentos

La serie de collages Une semaine de bonté recupera
la revulsiva mirada que el surrealista Max Ernst
tuvo sobre Europa

Escondida durante más de 70 años, considerada como un hito de las vanguardias y de la creación gráfica, llega a Madrid, de la mano de la Fundación MAPFRE, la serie completa de collages originales de Una semana de bondad. En su sorprendente belleza está el perfil asustado de una época.

JULIA FERNÁNDEZ
Si una técnica de composición, que sobre una superficie fija papeles y materiales heterogéneos de la vida cotidiana, resulta el más complejo arte que las vanguardias desarrollaron en las décadas primeras del siglo XX; si en el surrealismo de sus imágenes hay suficiente belleza para sorprender a un espectador actual y si su dibujo del mundo contiene un visionario aviso de la locura social, se está hablando de Una semana de bondad. Los siete elementos capitales, el conjunto de 184 piezas que el dadaísta, surrealista, políglota y ávido lector Max Ernst supo crear durante un viaje de tres semanas en Italia, en el Palacio de Vigoleno. “Une semaine de bonté –declara Pablo Jiménez, director de la Fundación Mapfre- no es en modo alguno un ejercicio más de la vanguardia, ni un desarrollo de los principios sobre los que se asienta el surrealismo. Es, por el contrario, una obra determinante en sí misma, una de las obras más importantes del siglo, que se vale por sí y que en sí tiene todo lo que necesita para su grandeza”. Una extraordinaria obra que ahora regresa a Madrid, a la Fundación MAPFRE, setenta y tres años después de que se diera a conocer al mundo en la exposición de los bajos de la actual Biblioteca Nacional, entonces sede del Museo Nacional de Arte Moderno.

Manifiesto del Surrealismo

El artista alemán definía el collage como “la explotación sistemática de la coincidencia casual, o artificialmente provocada, de dos o más realidades de diferente naturaleza sobre un plano en apariencia inapropiado (…) y el chispazo de la poesía, que salta al producirse el acercamiento de esas realidades”. Definición que explica porqué en esta técnica los surrealistas encontraron el medio expresivo perfecto para su movimiento: libre asociación de imágenes, presencia de elementos oníricos y automatismo. Y Una semana de bondad es el logro absoluto de este movimiento. Armado con unas tijeras, Ernst, recorta, utiliza y desmenuza las populares novelas folletinescas del siglo XIX y logra convertir lo que era entretenimiento en subversión. En palabras del comisario de la muestra, Werner Spies, amigo del artista y gran especialista de su obra, “Max Ernst, en estas piezas, denuncia el poder cruel de la autoridad establecida y de los estamentos que la encarnan; muestra la superioridad de la naturaleza en la fuerza del agua que invade y arrasa con cascadas y corrientes; y condena el infierno burgués adornado, lujoso y acomodado donde viven los reptiles”.

Novela collage

Max Ernst realizó estos collages en 1933 con la intención de publicarlos en forma de novela, justo en un momento en que, con la subida de Hitler al poder, Europa afrontaba el desafío del totalitarismo. Algunos de sus sueños, y de sus peores premoniciones de lo que podía avecinarse, están plasmados en esta narración de imágenes sin textos que, desde el momento de su publicación, estableció el canon de la novela-collage y se hizo el referente principal para cualquier artista que quisiera acercarse a esta modalidad del arte. El esquema de la novela es muy simple: siete días de diferentes colores que, inversamente a la semana bíblica, dan comienzo en domingo, una jornada de color violeta que tiene en el león de Belfort, símbolo de poder político y religioso, un hombre con cabeza de león que ejerce la autoridad con violencia y lujuria, como protagonista. Persecuciones, robos, asesinatos… caracterizarían este “día de la iglesia” con el que Max Ernst denuncia la cara oculta de los poderes establecidos. A él le siguen el lunes, como una pesadilla onírica con sueños de agua; el martes, con dragones reptiles y seres híbridos que se adentran en las moradas; el miércoles, con la sangre y Edipo como temas; el jueves, con nuevas violencias del león de Belfort y con la escisión interna de nuevos protagonistas; el viernes, tranquila recuperación de la expresión artística; y el sábado, el punto final de la obra, con su procesión de mujeres que gravitan en “La llave de los cantos”. El impacto de su publicación como novela-collage fue menor que el que supuso el conocimiento directo de sus imágenes en la exhibición de las piezas en el Madrid de preguerra. “El procedimiento con que se hicieron los collages es único en el arte del siglo XX –afirma Werner Spies- Cuando se ven reproducidas las obras nadie puede creer que sean collages. De hecho, Ernst no quería que se supieran sus técnicas. Parecen dibujos y así fueron saludadas cuando se editaron, de perfección absoluta, cercanos a los dibujos renacentistas. Él quería hacer desaparecer las huellas de las tijeras y el pegamento y hacer creer en su creación como algo sin diferentes procedencias. Incluso mirando las láminas es casi imposible saber dónde se unen los distintos materiales. Sólo pasando los dedos, como si fuera un escáner, es posible detectar que Ernst se alimentó de otras obras en su composición”. Unas obras que procedían de la literatura folletinesca ilustrada del XIX, de dibujantes anónimos, conseguidas en tiendas de papel usado de los años 20, que con su sentido de la belleza, del humor e irreverencia, se establecieron en el arte y en la conciencia de Europa.

 

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