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Aula
del futuro, profesor del pasado
La
Universidad española ha hecho un gran esfuerzo para adaptarse al plan
europeo que obligará a todas, desde 2010, a ser más participativas, integradas,
adaptadas a la tecnología y con tutorías más individualizadas. Pero el
avance tecnológico es rápido y más fácil; está en marcha. El cambio de
mentalidad de los profesores, sin embargo, acostumbrados en España a la
clase magistral sin feedback, será más difícil. Puede costar una generación.
Cada alumno
irá a clase con su portátil, las clases serán más pequeñas, semicirculares,
con wi-fi; el aula magna desaparecerá del día a día reservándose para
las charlas puntuales de grandes expertos, se reforzarán las tutorías
y los alumnos de todo el campus podrán interactuar a través de la Red.
Después de años de retraso, España ha pisado el acelerador.
Desde que en
1999 los países de la UE firmaron la Declaración de Bolonia, en la que
se comprometían tanto a establecer en 2010 un espacio común europeo que
fomentara la movilidad de alumnos y profesores entre países como a adaptar
la forma de enseñar y aprender en los campus a los nuevos tiempos, España
apenas había hecho nada hasta el año pasado. En 2007 se han aprobado los
mecanismos básicos para que las universidades empiecen a implantar los
cambios. Están ya en ello.
Pero las contradicciones
abundan: como "haber empezado la casa por el tejado, los posgrados
antes que los grados", en palabras del profesor de la Autónoma de
Madrid Bernabé López.
Es tal la vuelta
al calcetín metodológico que Ramón Capdevilla, adjunto al consejero delegado
del portal Universia, teme el riesgo de un cambio sólo de formas, sin
evolución en las estructuras. Un maquillaje. El proceso será lento, "de
5 o 10 años", calcula, y despertará (lo está haciendo ya) reticencias
en los claustros: "Los conocimientos científicos y la calidad docente
seguirán estando valorados"; el "sabio", el "gran
genio" mantendrá la distancia de la clase magistral, rodeándose de
un equipo docente que atenderá más directamente a los alumnos.
Pero el vendedor
de crecepelos -"el que piensa: suelto mi rollo y, si nadie puede
hablar conmigo y me he traído la parte de teatro bien ensayada, no tendré
problemas", escenifica Capdevilla- que todavía hoy puede dar el pego,
a duras penas sobrevivirá a una tutoría o a una clase más pequeña, personalizada
e interactiva.
"Llevamos
10 años con Bolonia como Pedrito con el lobo, y hay cansancio en los claustros",
detecta Joaquín Sevilla, profesor de la Universidad Pública de Navarra
y director del campus virtual compartido del grupo de universidades G9.
Y profesores a los que los cambios pillan con el paso cambiado, acomodados.
Sin formación para la que se les viene encima. "¿Quién nos enseña
a nosotros la nueva manera de hacer las cosas?", preguntan un par
de catedráticos.
Mercedes Sanz,
profesora del departamento de Filología y Culturas Europeas en la Universidad
Jaume I de Castellón, manda y recibe tareas en el campus online, organiza
foros de discusión con sus estudiantes y, el año pasado, tuteló en una
de sus materias a una de sus alumnas, erasmus en Alemania, a golpe de
Internet, correo electrónico y webcam.
Lara María
Pérez Llopis pisa poco los despachos de tutorías; 9 de sus 14 asignaturas
de segundo de la carrera de maestro están activas en el aula virtual de
la Jaume I y, cuando tiene dudas, se conecta y envía una consulta a su
profesor, que responde en un máximo de 48 horas. Tres cuartos de su clase
utiliza esta herramienta para bajar documentación, mirar notas o chatear
en la cafetería virtual. Su grupo echa mano del Google Doc cuando no puede
quedar para un proyecto: trabajan en red y, a la vez, en un mismo documento
compartido.
El presente
de Mercedes y de Lara, que lleva el ordenador portátil a todas partes,
se conecta desde casa y busca cobertura wi-fi como si fuera una zahorí:
da pistas del peso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación
(las TIC) en la nueva Universidad, explica Jordi Adell, responsable de
Educación y Nuevas Tecnologías de la Jaume I: "Habrá más acceso a
las aulas virtuales, a los aprendizajes informales y a las comunidades
profesionales y científicas". Los emisores de información se multiplican.
Las distancias, las fronteras, se pulverizan: "Un estudiante podrá
cursar asignaturas en otros campus".
"El e-learning
avanzará en algunos masters, pero su verdadera explosión, aunque no a
corto plazo, se dará en la formación continua", estima Antonio Artés,
vicerrector de Posgrado de la Universidad Carlos III de Madrid. Para alumnos
como los de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), un referente de
e-learning en España: su media de edad es de 30 años, 9 de cada 10 trabaja,
y 4 de 10 tiene hijos; buscan ampliar conocimientos en su puesto actual,
promocionar en su empresa, cambiar de empleo. Son cerca de 45.000, un
cuarto de fuera de Cataluña.
En los grados
irá ganando terreno un "modelo mixto de formación semipresencial
con clases presenciales concentradas" y, el resto, online, vaticina
Adell. Ya sean trabajos en grupo por Internet o clases virtuales. La parte
presencial, que nunca llegará a desaparecer según los expertos, será más
participativa. Mala señal, a estas alturas, que un campus no esté conectado
aún a Internet. "El 100% de las universidades públicas tienen cobertura
wi-fi", asegura Sebastián Muriel, director general de Red.es, una
entidad dependiente de la Secretaría de Estado de las Telecomunicaciones
y de la Sociedad de la Información que impulsa Campus en Red para favorecer
el desarrollo de "e-learning, localización o transmisión de voz a
través de las redes IP (VoIP)", según rezan los objetivos del programa.
(...)
Elena
Sevillano
El País. 9 de enero de 2008
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