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Convivencia
y ciudadanía
Convivir
significa compartir vivencias juntos; convivir es, por lo tanto, encontrarse
y conversar, "dar vueltas juntos" (cum-versare). Si conversamos
en la escuela, estamos construyendo la convivencia escolar; si lo hacemos
en la sociedad, en la ciudad, estamos construyendo la ciudadanía, la convivencia
democrática.
Aprender a
convivir es una finalidad básica de la educación. Se trata de sumar esfuerzos
para dar respuestas favorables, conscientes de que la educación para la
convivencia democrática y la ciudadanía, para la igualdad entre hombres
y mujeres, la educación intercultural, en definitiva, la educación para
una cultura de paz, son desafíos que la escuela no puede obviar si quiere
encontrar alternativas, positivas y constructivas, a los problemas escolares
y sociales del siglo XXI. Jacques Delors lo expresaba muy bien en su libro
La educación encierra un tesoro cuando insistía en la necesidad
de aprender a ser y de aprender a vivir juntos.
Es cierto que
la escuela, en cuanto que comunidad educativa, no tiene todas las respuestas,
pero sí que tiene algunas, y necesita otras... porque estamos hablando
de una colaboración estable e interinstitucional (socio comunitaria también),
de respuestas compartidas con el resto de los agentes sociales, especialmente
de aquellos que están más directamente involucrados con la llamada violencia
escolar, es decir, la salud, justicia e interior, bienestar social, sin
olvidar obviamente a los ayuntamientos y organizaciones de la sociedad
civil.
Para dar respuestas
positivas se están elaborando proyectos de planes integrales de mejora
de la convivencia escolar en numerosas comunidades autónomas y en el propio
Ministerio de Educación. Parece necesario y urgente elaborar un buen diagnóstico,
actualizado y riguroso, sobre los principales problemas que están afectando
a la convivencia escolar, para conocer sus causas, evolución, distribución
territorial, por edades, por sexo... porque todo ello permitirá realizar
una evaluación real del estado de la cuestión y, en consecuencia, activar
y proponer, con visión prospectiva, las mejores medidas integrales de
prevención y de intervención.
Un plan integral
de mejora de la convivencia escolar y su necesaria adaptación y concreción
en cada centro educativo, para no caer en la impunidad, tiene que especificar
y desarrollar medidas de carácter formativo, anticipatorio y disciplinario,
con protocolos bien detallados para una más oportuna actuación ante los
agresores, las víctimas y los espectadores (activos o pasivos) de la violencia
escolar. En cualquier caso, serán las propuestas de carácter educativo
e integrado (no sólo las punitivas y sancionadoras) las que centren el
marco general de las actuaciones.
Un plan de
convivencia escolar tiene también que sensibilizar, prevenir y evitar.
Debe interpelar directamente a las responsabilidades de cada sector de
la comunidad educativa, a la sociedad en su conjunto, a los padres y a
las madres o tutores, sobre la compleja problemática de la convivencia
escolar, sin alarmismos, sin caer en sensacionalismos, informando sobre
los problemas con rigor, de manera positiva, constructiva y esperanzada.
Sensibilizar más y mejor a los padres y a las madres, como los primeros
y principales responsables de la educación de sus hijos e hijas, precisamente,
en el ámbito en donde se construye la primera cartografía de los afectos,
el mapa de las emociones y de los sentimientos, la urdimbre afectiva,
como el mejor antídoto contra la violencia, tal y como afirmaba Juan Rof
Carballo en su celebrado libro Violencia y ternura.
Pero un plan
integral de convivencia escolar que prevenga de manera efectiva contra
la violencia debe significar también cambios en los centros educativos
y en el profesorado, en los estilos docentes, en las relaciones interpersonales,
en las metodologías y en el modelo de organización escolar, en la selección
y estructuración de los contenidos curriculares. Estos cambios deberían
tener su plasmación real (no sólo formal) en el proyecto educativo de
centro y en las tutorías, en los servicios de orientación, en los equipos
directivos...
En la actualidad
existe una muy amplia coincidencia en reconocer las notables deficiencias
en la formación inicial del profesorado de educación infantil, primaria
y secundaria, sobre todo, en estas cuestiones tan relevantes, por lo que
recibimos gratamente las propuestas de reforma del título de grado y el
máster en formación del profesorado de secundaria, en los que se recogen,
de forma genérica, aspectos como la diversidad, la educación en los valores
cívicos y democráticos, la resolución pacífica de conflictos, la igualdad
de género, los derechos humanos o la educación para una ciudadanía activa.
También la
formación del profesorado en servicio necesita de una reforma en profundidad,
tanto en los contenidos como en las metodologías, privilegiando la formación
en los propios centros de trabajo para que tenga una repercusión real
en la práctica docente de cada día.
Consideramos
muy urgente la puesta en marcha de equipos de mediación y de tratamiento
de los conflictos en cada centro educativo, de carácter mixto e interdisciplinar,
integrados por profesorado, alumnado, padres y madres, y profesionales
como psicólogos, educadores sociales, psicoterapeutas, con espacios y
tiempos, en los que el trabajo cooperativo, la colaboración entre iguales,
la atención individualizada, la ayuda en propuestas de diversificación
curricular, la comunicación y el diálogo sean la norma y no la excepción.
De igual modo
nos parece acertada la creación de Observatorios de la Convivencia Escolar,
con funciones precisas y composición plural, con autoridad moral y autonomía
suficiente, con la financiación adecuada, para investigar, analizar, sensibilizar,
ayudar, programar, orientar y evaluar, así como para hacer propuestas
de mejora de los respectivos planes de convivencia.
Somos conscientes
de no haber agotado el tema. Tan sólo nos queda insistir en que los valores
de ciudadanía y los derechos humanos se aprenden, se deben de aprender
como un valor en sí mismo. No como una necesidad reactiva derivada de
los problemas puntuales que surjan, como un objetivo constitucional y
como una de las finalidades máximas de la educación. Y aprendemos a convivir
interactuando, dialogando, escuchando activamente, asumiendo responsabilidades,
compartiendo vivencias y propuestas, debatiendo, intercambiando ideas
y opiniones diferentes, acordando, encontrando aspectos comunes, reflexionando,
produciendo pensamiento crítico... porque la educación para la convivencia,
la educación para la ciudadanía y los derechos humanos es, como sabemos,
una educación en valores prosociales, imprescindibles en una sociedad
democrática de auténticos ciudadanos y ciudadanas libres, conscientes
y responsables.
Aquellas autoridades
religiosas que objetan de una formación ciudadana deberían pensar muy
bien si imponer credos indiscutibles y dogmáticos es el mejor camino para
difundir los mensajes de amor, solidaridad y dignidad humana en los que
se basan las religiones, de los que son fundamento, precisamente, los
principios esenciales de la educación ciudadana.
Federico
Mayor Zaragoza, Manuel Dios Diz y Calo Iglesias
EL PAIS. 26 de febrero de 2007
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