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hablar
de la familia, por tratarse de la primera y más importante comunidad educadora.
La familia, en sus diversas manifestaciones, es la institución que más
impacto tiene en la formación de la personalidad. El niño ve la luz en
el ámbito familiar y su sello le acompañará toda la vida. Las conquistas
cognitivas, emocionales, sociales, éticas y motrices básicas acontecen
en el núcleo familiar. Como en el cuadro “Primeros pasos” (1890), del
genial pintor holandés Van Gogh (1853-1890), en el que se descubre una
figura infantil animada cariñosamente por sus progenitores a recorrer
de forma autónoma el tramo inaugural de su vida. Mientras la madre está
a punto de soltar a la criatura, el padre, agachado, hace un paréntesis
en sus labores campesinas para recibirla con los brazos abiertos. En esta
tierna escena, hermoseada por el luminoso marco natural acompañante, se
descubre el calor y el valor de la familia, la gran germinadora de personas.
El eximio artista escribe con pincel poético versos de amor parental,
un policromado himno a la educación temprana.
En efecto,
en el contexto familiar encuentra el niño los estímulos que satisfacen
sus necesidades afectivas y garantizan su desarrollo psíquico y físico.
Las interacciones familiares influyen de modo continuo y significativo
en la vida de sus miembros. Hay que tener en cuenta además que la institución
familiar permanece en constante relación con otros ámbitos, como el social
y el escolar, lo que contribuye a matizar la influencia ejercida sobre
sus integrantes. Sin perder de vista la apertura de la familia a una realidad
más amplia, aquí nos centramos en esta comunidad natural y cultural, con
objeto de analizar qué factores y procesos son más beneficiosos educativamente.
En gran medida el tema se enfoca de manera positiva, pero no debemos obviar
que en ocasiones acontecen en su interior situaciones de gravedad extrema.
Cambios
en el seno de la familia
Al
adentrarnos en la exploración etimológica del término ‘familia’ comprobamos
que procede del latín famulus (sirviente, esclavo); de ahí que la familia
designase primitivamente el conjunto de esclavos y criados de una persona.
El prestigio del señor dependía en gran medida del número de esclavos
poseídos. Más adelante la familia incluía también a los parientes. Por
fortuna, el concepto ha evolucionado considerablemente y hoy no arrastra
un lastre deshumanizador. No obstante, el trayecto de la palabra quizá
no se haya detenido aún, pues la controversia sobre qué se entiende por
familia parece que rebrota en la actualidad, si nos atenemos a las modificaciones
que en su seno se producen.
Entre los cambios
más destacados ha de señalarse la mayor dilación actual para fundar una
familia. De hecho, cada vez más personas se deciden a formar una familia
con más edad que hace unos años. Este dato se explica por la ampliación
del nivel de estudios, por problemas económicos y laborales que retrasan
la emancipación de los jóvenes, etc.
Otros cambios
se refieren al incremento de divorcios y separaciones, así como de las
familias monoparentales y reconstituidas con niños que no conviven con
ambos padres biológicos. Asimismo, junto a la estructura propia de la
familia tradicional se han extendido otras realidades familiares como
las que cuentan con progenitores de igual género.
Se constata
igualmente que el tamaño de la familia ha disminuido considerablemente.
En España es especialmente llamativo el descenso de la natalidad. Por
otro lado, los hijos permanecen más tiempo con personas a las que no están
unidos consanguíneamente, por ejemplo, con maestros, cuidadores diversos,
etc.
La familia
en España se ve afectada igualmente por el fenómeno general del envejecimiento.
Este hecho es en principio muy positivo, pero en la práctica hay personas
mayores con serios problemas de salud o de otra índole que no cuentan
con ningún tipo de protección.
Los datos ofrecidos,
aun sin ser exhaustivos, revelan que la familia es hoy más inestable que
la de hace unos años. Esto obliga a sus miembros a rápidas adaptaciones
no siempre fáciles. Los niños evidentemente son muy vulnerables a las
continuas mudanzas y a veces se deteriora su salud mental y su calidad
de vida. La erosión de la trama familiar produce estrés y otros trastornos
psíquicos y físicos. Se trata, en definitiva, de una situación nociva
que atenta contra el desarrollo infantil.
Ante los profundos
cambios acontecidos en la familia las administraciones deben reaccionar.
Es menester diseñar políticas públicas en consonancia con la nueva realidad.
Se necesita mayor apoyo institucional y más preparación de sus miembros
que redunde en una convivencia más robusta.
La situación
actual de la familia nos permite decir que esta institución se halla en
crisis, al menos la familia tradicional. Como es sabido, el modelo de
familia tradicional se caracteriza por el contrato legal entre un hombre
y una mujer, el compromiso de futuro, los hijos nacidos de la unión y
la marcada desemejanza de roles, con un padre-marido como proveedor de
recursos y una madre-esposa como ama de casa. Aunque esta estructura está
expuesta a críticas, como la concerniente al disímil reparto de papeles
entre géneros, nos interesa recoger el dato para que sea valorado por
el lector, al tiempo que consignamos que a veces, más allá de la oficialidad,
la verdadera familia es la que se vive como tal, sobre todo por el afecto
que se profesan los integrantes del grupo de convivencia.
La
familia como institución educadora
Salvo
aberraciones, la familia es escuela de vida y los padres educadores naturales.
En el hogar el niño viene al mundo, crece, madura, se hace humano, recibe
lo que necesita para la forja de la personalidad y es querido por lo que
verdaderamente es. Las relaciones estrictamente personales que se establecen
entre padres e hijos constituyen la fuente principal de la que emanan
los aprendizajes emocionales, sociales y morales.
Para valorar
como corresponde el papel formativo de la familia debe insistirse en que
es el ámbito capital en la educación de los miembros más jóvenes. La escuela,
por su parte, debe colaborar con la familia, sin usurpar sus funciones.
Es conveniente agregar que las transformaciones experimentadas en los
últimos tiempos han restado peso educativo a la familia, al tiempo que
lo ha ido ganando la escuela.
Con objeto
de que la familia despliegue su función educativa proponemos las siguientes
condiciones concatenadas:
- Relaciones
basadas en el amor. No en vano, la familia pertenece al dominio del corazón.
Para que haya educación familiar cada miembro ha de sentirse acogido y
querido.
- Interacciones
continuas y positivas caracterizadas por el cuidado y la atención.
- Comunicación
y participación de sus miembros, patentizadas en el diálogo abierto, respetuoso
y cordial.
- Autoridad
de los padres, entendida como facultad racional y ética capaz de suscitar
la adhesión de los hijos, particularmente cuando son menores. Se encamina
a fomentar la autonomía responsable de los vástagos. La autoridad no debe
confundirse con el autoritarismo.
La dinámica
familiar no es ajena a influencias externas, lo que nos lleva a demandar
suficiente apoyo social e institucional. Para que la familia cumpla su
papel educativo debe contar con ayuda económica, a la vez que se incrementan
las “escuelas de padres” y se busca la racionalización horaria que permita
conciliar la vida laboral y familiar, entre otras medidas.
Estilos
educativos de los padres
Describimos
sumariamente a continuación los estilos educativos de los padres y su
repercusión en los hijos:
Los padres
permisivos son excesivamente tolerantes. En la práctica reniegan de su
función educadora. Son indiferentes ante muchos aspectos de los hijos,
quienes van a manifestar numerosos problemas escolares y psicológicos.
Los padres
sobreprotectores son los que tienen una preocupación mal entendida y excesiva.
Esta actitud puede generar inseguridad en el hijo y también rebeldía.
Los padres
autoritarios imponen las pautas de conducta con rigidez. Es un estilo
represivo que se apoya en sanciones. En estos casos se dificulta la espontaneidad
y la autonomía.
Los padres
democráticos son participativos, dialogantes y estimulantes. Favorecen
la autoconfianza en los hijos, una positiva actitud ante la vida y buena
salud mental. Se ejerce la autoridad, no el autoritarismo. Es el estilo
más apropiado que fomenta la autoestima en los hijos, respeta sus derechos
e impulsa el cumplimiento de deberes.
Ha de consignarse
que al hablar de estilo educativo de los padres nos referimos a ambos
progenitores. Sin embargo, no siempre coincide la práctica predominante
del padre y de la madre. Lo ideal sería que los dos progenitores tuviesen
estilo democrático, pues es el que más beneficios reporta a los hijos.
En la actualidad
la estructura familiar es más igualitaria y simétrica, si bien es todavía
muy largo el camino que ha de recorrerse en este sentido. Los roles de
ambos progenitores tienden a aproximarse. Esto es absolutamente necesario
cuando el padre y la madre trabajan fuera del hogar. Es preciso seguir
impulsando la idea de responsabilidad compartida. En cuanto a la disciplina,
afortunadamente se están abandonando modelos autoritarios y se adopta
cada vez más un sistema de reglas razonadas y razonables, en cuya elaboración
hay que buscar la implicación de los hijos.
En definitiva,
un ambiente familiar con las características descritas ilumina al niño
y le proporciona los más saludables recursos personales para la aventura
de vivir.
Podemos concluir
con unas palabras de Cervantes, puestas en boca de don Quijote, que sintetizan
con suma belleza el valor de la educación familiar:
“Los hijos,
señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así, se han de querer,
o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida;
a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud,
de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que
cuando grandes sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad”.
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