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minucioso
de los matices de las cosas… El corazón en él es nulo; toda su vida la
gobierna el cerebro. Para mi amigo no hay goce más exquisito, más humano,
más alto que el goce de conocer, de vivir todas las vidas, de pasar por
todos los estados psicológicos, de gustar todas las ideas, de experimentar
todas las sensaciones” (“Las orgías del yo”)
José Pla, en
1956: “Baroja fue un escritor sencillo, sin adorno alguno, que trató siempre
de ser divertido y ameno. Hombre de una retina muy aguda, finísima, describió,
creo yo, los paisajes más precisos, más poéticos, los retratos más saturados
de vida (...) Cuando el doctor Marañón ha dicho que la generación del
98 ha representado una edad de oro, la valoración es, naturalmente, global.
Pero salvo esta valoración se destacan, a mi entender, las poesías de
Antonio Machado y los paisajes, retratos y ambientes dispersos en la obra
de Baroja, de una calidad insuperable” (Pío Baroja, Madrid, Edit.
Destino)
Dos miradas
que acercan al ser humano y al escritor: dos voces que, en esta conmemoración
del cincuenta aniversario de su fallecimiento en Madrid, traen a la actualidad
el suave pero rotundo significado que aún posee en nuestra cultura.
Encerrado
y en el mundo
El
extraordinario reflejo del ser y estar de Pío Baroja que el Ayuntamiento
de Madrid, el Ministerio de Cultura y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones
Culturales han logrado en su Memoria de Pío Baroja, expuesta
en el Museo de la Ciudad de Madrid, aclara de forma definitiva que, este
hombre enmarcado en sus últimas décadas entre el estrecho circular de
sus propios familiares y el defraudante mundo exterior, fue, desde su
temprana juventud, un entregado europeísta, viajero sagaz, absoluto amigo
de sus amigos y que estuvo entregado siempre a una sutil observación de
la realidad. Un Pío Baroja fuerte, seguro entre los suyos, encerrado también
entre ellos, habitante de sus propios mundos literarios, emprendedor de
caminos estéticos y de presencia contundente en su sociedad.
Manuscritos,
cartas, primeras ediciones de sus libros y de los escritores que le rodearon,
obras pictóricas de contemporáneos y amigos, como Juan de Echevarría,
Darío de Regoyos, Daniel Vázquez Díaz, Aureliano de Beruete, Meifrén,
Rafael de Penagos, Gustavo de Maeztu, Ramón Casas, Ramón de Zubiaurre
y, su hermano, Ricardo Baroja, van progresivamente ilustrando los siete
capítulos de que consta esta muestra homenaje que hasta el tres de diciembre
se puede visitar en Madrid.
Ejemplar
Julio Caro Baroja
Con
títulos que son recogidos de las propias Memorias del autor la
exposición comienza con Familia, infancia y juventud, donde
se recogen los primeros decorados de su vida con retratos familiares,
cuadros y fotografías para situar inmediatamente al visitante ante la
riqueza intelectual, literaria, artística y científica vivida en Final
del siglo XIX y principio del XX, un periodo-capítulo donde se agrupan
sus lecturas fundamentales, los originales de manuscritos de sus principales
obras, las dedicatorias y perfiles que le dedicaron sus amigos y coetáneos,
además de la pintura que más le seducía.
Itzea. Tierra Vasca. El mar aborda la afinidad que siempre
tuvo con el mar, con los valles y montañas de su tierra vasca, culminada
con la adquisición de su casa de Itzea en Vera de Bidassoa, de la que
la muestra reproduce dos habitaciones: la biblioteca, donde firmó muchas
de sus obras y pasó largas horas de lectura, y “el cuarto verde”, donde
se reúnen recuerdos de sus antepasados marinos. Y de ahí, al escritor
especializado que refleja La novela histórica: Memorias de un Hombre
de Acción; un apartado donde se pueden ver algunas de las litografías
compradas por Pío Baroja, muchas de ellas en París, y se muestran sus
veintidós novelas dedicadas a la vida de Eugenio de Avinareta, conspirador
liberal que participó en la Guerra de la Independencia y en las Guerras
Carlistas. La República y La Guerra, donde se resumen aspectos
vitales y literarios de este periodo no sólo en el territorio español
sino, también, en los años en que estuvo exiliado en París, antes de retornar
en 1940. Sus años posteriores están en Desde la última vuelta del camino,
una sección dedicada fundamentalmente a sus trabajos memorísticos,
sus novelas sueltas de la época, la tertulia en su casa en Ruiz de Alarcón
12, los paseos por el Retiro y las librerías de viejo; un escritor que
deambula y que está más que nunca en su enriquecedor ensueño.
El antropólogo
Julio Caro Baroja tiene en esta Memoria de Baroja el cálido
e inteligente cierre con su audiovisual acerca del personaje y su familia.
Un ejemplar documental, que, con guión propio, conduce a lo largo de casi
sesenta minutos de inteligencia, ironía, amor y sensibilidad artística.
Una extraordinaria síntesis final para este evento cultural.
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