|
|
pondrá
muchas objeciones si afirmo que la educación ideal acontece en un marco
de relaciones rigurosamente personales. Todas las teorías educativas coinciden
con este postulado; sin embargo, no todos los miembros de la comunidad
educativa lo ponen en práctica. Con frecuencia se proponen diversas vías
modernas de mejora de la calidad de las instituciones educativas, pero
pocas veces se apuesta por fortalecer el tejido relacional y comunicativo
de las mismas. Se necesita sobre este punto una reflexión pedagógica profunda
y, si es preciso, atajar el mal de raíz. Porque, ¿qué formación cultiva
el profesor que sistemáticamente ridiculiza o mira por encima del hombro
al estudiante? A este respecto, resulta patético contemplar en algunos
centros de enseñanza cómo menosprecian determinados profesores a los alumnos.
Ni que decir tiene que la situación contraria es igualmente condenable.
En no pocas aulas el “alumno-díscolo” ha desplazado al “profesor-déspota”.
Es claro que en la educación que propugnamos el profesor no puede estar
enfrente ni encima del alumno. El ayuntamiento cordial constituye
la relación deseable entre ambos. La desigualdad etaria y formativa no
tiene por qué generar incomprensión o conflicto. Cuando esta desemejanza
se canaliza bien es fuente de entendimiento e influencia positiva. La
atalaya en que se encuentra el profesor debe permitirle guiar al alumno,
nunca humillarle.
La
convivencia es la genuina y originaria condición de las instituciones
educativas. Cuando los centros formativos son fieles a su vocación las
relaciones personales se manifiestan intensa y extensamente permitiendo
el proceso educativo. Por el contrario, las aberraciones de esta propiedad
esencial de acompañamiento y encuentro interhumano perturban o impiden
el despliegue personal. Acaso la principal causa del deterioro de la educación
actual haya que buscarla precisamente en la mengua de la convivencia escolar.
En
este tiempo complejo en que dentro del sistema escolar asistimos a un
incremento considerable de tensión y entropía ha de ponerse en marcha
un decidido movimiento de renovación en pos del desarrollo personal y
social. Aunque este proceso esencialmente humanista tropiece con los “intereses
aberrantes creados”, no puede flaquear. Debe asemejarse a esa corriente
brava y vivificadora que segura de sí avanza sin pausa, ora derecha, ora
zigzagueante, hacia su desembocadura natural.
Un
concepto que expresa la relevancia de las relaciones positivas es el de
sinergia, término mágico que, en este caso, se refiere al concurso
dinámico y concertado de todas las personas que conforman la comunidad.
Los logros alcanzados merced a la participación de los distintos miembros
son superiores a los que se conseguirían mediante la simple suma de sus
acciones. Por tanto, la pretensión de construir una comunidad exclusivamente
a partir de la operación aditiva de los esfuerzos individuales será infructuosa.
Cuán penoso es comprobar, a este respecto, en algunos centros el predominio
del individualismo o de la competitividad feroz.
Convivencia
escolar y mudanza educativa
El
camino de la transformación educativa supone asumir un genuino estilo
educativo presidido por el intercambio, la participación y el diálogo.
Evidentemente no se pretende que toda la convivencia se funde en una comunicación
íntima. Ahora bien, cualquiera que sea la relación que se establezca hay
que tener siempre presente la condición personal del otro. Este elemental
principio se malinterpreta y se soslaya con frecuencia. Por ejemplo, hay
quienes se instalan en una posición pueril y piensan que sólo hay trato
personal si se conoce el nombre del sujeto. En otros casos, de gravedad
variable, se despoja al prójimo de su condición de persona para instrumentalizarlo.
A nadie se le escapa que el profesor que sabe el nombre y aun los apellidos
de sus alumnos avanza hacia la personalización, siempre que ese conocimiento
no lo utilice de forma torticera o sea mera fórmula de mercadotecnia,
como esas operaciones bancarias a través de cajero automático que van
seguidas del correspondiente comprobante con agradecimiento nominal. Es
evidente que esa relación del cliente y la máquina es impersonal, por
más que el aparato se despida siempre del usuario llamándole inequívocamente
por su nombre. El educador puede errar al designar al alumno, puede incluso
desconocer su nombre -como ocurre en algunas aulas multitudinarias de
niveles de enseñanza superior-, mas nunca debe olvidar que el educando
es persona. ¡Cuántos problemas formativos se evitarían si se respetase
este elemental fundamento pedagógico!
Hace
no mucho pude leer en una carta al director de un periódico nacional una
queja sobre profesores universitarios prepotentes que, según el autor
de la misiva, se dedicaban a humillar públicamente a los estudiantes.
A esta denuncia debo agregar mis propias observaciones en la enseñanza
superior. Muchos de estos problemas, cuyo origen hay que buscarlo en la
endogamia, muestran con toda crudeza la falta de amor a la profesión.
Y es que también en el campo educativo de cualquier nivel hay dos formas
de conducirse. Con nítida reminiscencia weberiana cabe distinguir entre
los que viven para la educación y los que viven de ella.
Evidentemente ambas posiciones son compatibles. De hecho, los profesores
que viven para la educación viven también de la educación. Empero, cuando
sólo se vive de la profesión es fácil convertirla en mera fuente de ingresos.
Nada se podría objetar a esta posición si no fuese por los males que acarrea.
Este mercantilismo es indicador de decadencia. Todo vale para conseguir
las metas pecuniarias. Me parece que voy a dar la razón a los que afirman
que asistimos al fin de las ideologías, porque los trepadores, por más
que se disfracen de comprometidos, tienen por única doctrina la de vivir
del cuento, muy malo por cierto.
Que
casi todos los docentes son decentes es una verdad de todos conocida,
pero es bien cierto que hay una minoría significativa entregada a sus
negocios, sin más filosofía de la educación que la de medrar. Ello da
idea de cómo está la educación en España, tan angosta como la mente de
algunos de sus “nuevos influyentes”. Es preciso reobrar valientemente
frente a la pedagogía oscura y caciquil. Craso error es suponer que los
necios se corregirán a sí mismos. Recuérdese que es mucho lo que está
en juego. El porvenir de un pueblo depende por entero de su educación.
Hacia
la pedagogía del encuentro
En
la actualidad se nota un creciente movimiento de indignación contra los
mecanismos de manipulación, pero es preciso multiplicar los esfuerzos
para neutralizarlos definitivamente y sustituirlos por valores como la
creatividad y el compromiso. Por si sirve de algo, se lanzan estas ideas
insertas en la pedagogía del encuentro por considerar que su impulsión
sistemática ha de ser objetivo primario del verdadero educador. En toda
comunidad educativa, cualquiera que sea el nivel, hay que hacer lo posible
por potenciar y fortalecer las relaciones que se establecen entre sus
miembros. Al abrigo de la comunicación interpersonal germinan las ideas
y enseñanzas que, de otro modo, resultarían infecundas. La escuela que
no se compromete en la construcción de una sólida urdimbre relacional
pone en peligro el desarrollo de sus miembros. Y es que la comunidad,
lejos de anular la identidad personal, la robustece. Si no sucede así
es que nos hallamos en una realidad distinta: colectivismo, yuxtaposición
de individualidades, etc.
La
educación no es única ni principalmente obtención de títulos, es sobre
todo proceso por el cual la persona despliega todo su potencial vital
y convivencial. La transformación de la educación en mero producto de
consumo es una degradación a la que quieren conducirnos los tenderos de
la enseñanza. Nada puede objetarse a los genuinos proyectos formativos,
sean de naturaleza pública o privada, pero sí al mangoneo practicado por
los señoritos y señorones de clavel o rosa prestos a recoger
las ganancias derivadas del monopolio ejercido sobre la dispensa de acreditaciones
educativas. Este modo mercantilista de entender la educación, aunque a
veces es poco visible, es en extremo insidioso. El juego se torna cruel
y la convivencia frágil. Por esta razón, cualquier esfuerzo encaminado
a romper las cadenas de la pedagogía fraudulenta es laudatorio.
La
esperanza de recibir una porción del pastel mal amasado no ha de hacernos
caer en complacencia. El “pecado de las instituciones escolares” es imputable,
en mayor o menor grado, a sus miembros, incluso a los que se someten de
manera indigna. La educación será lo que queramos que sea, no lo que se
imponga. Es preferible seguir soñando que convertirse en cómplices de
la demolición formativa. La escuela tiene una responsabilidad social que
debe exigirse con firmeza.
Hoy
la contaminación educativa alcanza niveles superiores a lo que sería deseable
y, cómo no, se inhalan impurezas. Los elementos nocivos que circulan por
el ambiente de la institución escolar deben neutralizarse, quizá mediante
filtros apropiados que aseguren la adecuación de los candidatos a ingresar
en la carrera docente y a través de sistemas de ventilación que hagan
correr el aire estancado de unos recintos herméticos. Extendida por los
adentros de algunas instituciones escolares, la adulteración atmosférica
degrada las relaciones humanas, ofusca la mente y congela el corazón,
favorece el desencuentro, detiene la ilusión y oscurece la tarea formativa.
Ha llegado la hora de la renovación, es tiempo para la pedagogía del
encuentro, la que orienta, entusiasma e impulsa la convivencia.
|
|