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llamativo que las personas directamente implicadas en tareas educativas,
es decir, padres y docentes, sean las más escépticas acerca de esa posibilidad.
Lo que en abstracto parece evidente -la influencia de la educación- resulta
menos claro cuando se desciende a los casos concretos. En muchas ocasiones
no se ve la relación directa entre el comportamiento de los educadores
y los resultados obtenidos: “¿Qué he hecho mal?” es, a juicio de Marina,
una pregunta que surge una y otra vez en la cabeza de padres angustiados.
Según se desprende
de la páginas de Aprender a vivir la meta de la educación es ayudar
a formar personalidades inteligentes, es decir, que estén en buenas condiciones
para llevar una vida feliz y digna. Para ello tenemos que desarrollar
los recursos personales del niño o del adulto. El libro puede calificarse
como de “psicología emergente, de pedagogía optimista, científico, práctico
y bienhumorado”, que estudia la formación de esa personalidad, y que se
opone a una visión trágica de la educación.
Marina ha escrito
el libro por encargo de la Fundación de Ayuda Contra la Drogadicción (FAD)
que se propuso “pasar de las musas al teatro” según su director, Ignacio
Calderón, dando herramientas a los agentes educativos. Poner negro sobre
blanco pautas para educar en un mundo en el que, según Marina, “padres
y educadores se dicen incapaces de hacerlo”. Siempre ha sido la sociedad
la que ha educado a través de ellos. En cambio, en este momento, parece
que tienen que educar contra la sociedad, por eso se sienten desbordados.
“Necesitamos una movilización educativa de la sociedad civil. Lo más sabio
que se ha dicho en pedagogía es el proverbio de una tribu africana: para
educar a un niño hace falta la tribu entera”, según Marina.
Individualismo
Episodios
trágicos como el de Jokin, el adolescente que se suicidó en Hondarribia
ante la presión de su grupo, ponen de manifiesto la necesidad de un nuevo
modelo educativo y otras pautas. “El caso de Jokin es un ejemplo claro
de colaboracionismo inconsciente de todo el entorno del muchacho. Nadie
lo tomó en serio ni le dio pautas frente al acoso. Nos muestra además
como está establecido el modelo de que quien se queja es un chivato y
un cobarde”, señala Marina. “Se ha creado tal individualismo que nadie
interviene ante situaciones así. Hubo falta de atención de los profesores,
de toda la sociedad que conocía como se las gastaba ese grupo de gamberros”.
El autor de
obras como Ética para náufragos, Diccionario de los sentimientos,
La selva del lenguaje o Los sueños de la razón, cree que
hay dar a los jóvenes los recursos necesarios para construir un personalidad
positiva, una vida digna y feliz con la que afrontar “un futuro desolador,
con una sociedad de soledades y solitarios, plagada de fracasos formativos
y emocionales, de rupturas y conflictos afectivos, de deterioro laboral
y graves tentaciones, en el que las drogas han venido para quedarse y
al principio de un siglo XXI que se vaticina marcado por la violencia
y la depresión”.
Aunque Marina
es optimista: “el docente ha de serlo por definición ante una situación
educativa desconocida en la historia de la humanidad, un círculo vicioso
que podemos romper si todos asumimos funciones educativas para que la
casa educativa no se quede sin barrer y seamos como la tribu educadora
del proverbio”.
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