La influyente y peculiar síntesis lograda por Vázquez Díaz de las vanguardias del siglo XX llega al espacio del Reina Sofía

Mirar, guardar, hacer

Reflexionar sobre el significado concertado y el real de una de las autorías artísticas más presentes en el escenario del siglo XX español y hacerlo desde el propio contexto en el que se desarrolló su obra y su personalidad es el desafío que
estos días nos lanza el conjunto de dibujos, documentos y lienzos reunidos en la exposición que sobre Daniel Vázquez Díaz ha
conformado el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en sus salas temporales
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Madrid. JULIA FERNÁNDEZ
Valiosa y expandida en el tiempo, sincrética y respetuosa con los baremos más tradicionales del quehacer artístico, la presencia del creador Daniel Vázquez Díaz tiene el doble cariz del que nada debe y del que ha cumplido con el ritual concreto de su tiempo: hijo de una España profunda, viajero de la Europa revuelta del arte de las vanguardias y maestro de las clases tomadas por decenios en su curiosidad sin límites. Un personaje absolutamente trascendido en esta España de comienzos del siglo XXI pero que aún guarda en sus propuestas signos no descubiertos en su totalidad o, sin más, malinterpretados por el torbellino de ideas que sí hicieron de sus semillas el cálido inicio del presente del arte. Vázquez Díaz en el tiempo que sirvió al catálogo de la modernidad; en el espacio de sus aprendizajes y en el fetichismo del retrato de la gran personalidad social: ahondado y también confirmado aunque dispuesto para el definitivo enclaustramiento en un terreno ya estéril de nuestra expresión creativa.

Madrid cubista

“Quiero desarrollar mi personalidad y conservarla, sin dejarme influir de lo que han hecho los demás artistas; tengo afán de buscar siempre, sediento del más allá, enemigo de repetirse: este espíritu mío, un poco inquieto, se rebela de hacer siempre lo mismo, como una cosa aprendida, que se repite al pie de la letra”. En estas palabras del pintor publicadas en el semanario Mundo Gráfico del 19 de junio de 1918 se concentra el leit motiv de una carrera artística alineada en sus primeros momentos al Ultraísmo más radical personalizado en Barradas, los Delaunay, Norah Borges, Bores, Jahl o Paszkiewicz; que recoge velas en el término de la década de los años 10 haciendo suya la tarea de una modernidad controlada; y que finaliza en el espacio desvaído del cubismo de modernidad temperada que hizo digerible el convulso y fértil mundo artístico de las vanguardias. Un ciclo creativo ordenado y sin grandes fisuras que ha logrado en el transcurso del siglo XX una gran resonancia al permitir encuentros y alumbramientos singulares entre tendencias sin armonía previa; también, y muy en especial, por introducir de manera subrepticia el baremo rompedor de un arte que ya era noticia. Un pintor que bebió de la multiplicidad que Europa le ofrecía y que se asentó en el más leve del conjunto de sus mensajes: modernidad pero atada con el buen sentido y la conservación.

Recuperación para la historia

El relato que el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía desarrolla en Daniel Vázquez Díaz (1882-1962) a través de las más de doscientas obras recogidas de este autor viene a recuperar el trascendental y singular papel que su pintura tuvo en el desarrollo intelectual y artístico de la España de casi cinco décadas y a situarlo entre las piezas que conforman el puzzle de la memoria cultural de nuestro siglo XX: personaje, humus cultural y arte en la muestra más completa realizada en torno a su obra y que, en coproducción con el Museo de Bellas Artes de Bilbao, resume toda su trayectoria desde sus años de formación en París, sus paisajes del norte vasco; su influyente presencia entre los Ibéricos; sus trabajos para los frescos del “Poema del Descubrimiento” del Monasterio de La Rábida; sus retratos de una gran parte de la intelectualidad y los políticos de la sociedad del primer tercio de siglo, y, por último, sus creaciones en la España del franquismo, en la que continúa ejerciendo de introductor y centralizador de minorías artísticas.
Noventa y cuatro pinturas, setenta y cuatro dibujos, treinta y siete piezas relacionadas con el mural de La Rábida que se completan con cartas, fotografías, libros ilustrados, cuadernos de dibujo...seleccionados y coordinados por los comisarios Jaime Brihuega e Isabel García de entre el gran legado que este autor conformó en su larga experiencia creativa. Su trabajo de investigación expresa su reconocimiento al personaje y también el cuestionamiento a su auténtica significación.

 

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