El autor reflexiona en este artículo sobre cuestiones de actualidad formativa con la pretensión de impulsar la innovación educativa. Se insiste en la conexión existente entre educación y desarrollo personal y social, al tiempo que se repasan algunos de las notas de la “crisis formativa” de nuestro tiempo: vaivenes legislativos, mercantilismo y tecnificación.

La crisis educativa

Valentín Martínez-Otero
Profesor Universitario y Doctor en Psicología y en Pedagogía

L  término ‘crisis’ se  utiliza  para

referirse a un cambio en el curso de algo, que puede ser para mejorar o para empeorar. Pensemos, por ejemplo, en una enfermedad. También se refiere a una situación complicada, v. gr., la crisis de la economía. En este artículo se maneja la palabra en el doble sentido, pues en mi opinión nos encontramos en un momento de mutación educativa profunda, que presenta no pocas dificultades. Evidentemente, esta situación puede adoptar un rumbo positivo o degradarse.
Hablar de crisis de la educación equivale a reflexionar sobre distintas cuestiones: el fracaso escolar, el debilitamiento de la convivencia en los centros, la confusión de valores, la tecnificación creciente, la multiculturalidad, el malestar docente, el papel de la Universidad, el debilitamiento de las relaciones familia-escuela, etc. Cada uno de estos temas requeriría por sí mismo mucha tinta, de modo que me limito a enunciarlos y a invitar a que se piense sobre ellos. Sobre algunas de los asuntos referidos me he pronunciado en esta misma tribuna, pero ahora me interesa abordar, siquiera sea a vuelapluma, ciertos puntos que pueden animar a enfocar de manera innovadora la educación de nuestros días. Si se me permite la autocita extraída de mi libro “Teoría y práctica de la educación” (2003): “Da la impresión de que la educación, expuesta a constantes reformas legislativas, ha perdido la confianza en sí misma. Más allá de eventuales normativas es necesario retornar a las raíces de la educación, fortalecerlas y adaptarlas a los nuevos tiempos. Con cierta frecuencia se viene observando en los distintos niveles de la educación una despreocupación por el ser humano, quizá porque hay demasiados intereses creados. La incoherencia penetra por todos los rincones hasta el punto de que retrasa o frena los avances sociales. No es extraño que se haya extendido tanto la confusión. Aunque es verdad que la institución escolar no es la única responsable, tampoco hay que caer en actitudes de complacencia o de complicidad, en ocasiones sin tener conciencia de lo que se realiza o se deja de hacer.”.

Renovación educativa

Estamos en época de mudanza social y educativa y es preciso renovar el conocimiento científico sobre la formación. La “revolución educativa” debe nutrirse, en mi opinión, de un paradigma neohumanista. Se está imponiendo el discurso de la “objetividad”, de la medición científico-positiva, de la lógica, del control de sucesos y fenómenos, también de las personas (profesores y alumnos) y de las instituciones. Llega también la insensibilidad evaluadora y con ella los perjuicios y las exclusiones. Desde luego, no tengo nada en contra de que se utilicen adecuadamente ciertos procesos de valoración, pero sí de que se haga una utilización tendenciosa e inapropiada de los mismos. Procede, por tanto, reforzar esta posición afirmando que en asuntos humanos -y la educación lo es- no todo es cuestión de puntaje. (Me tomo licencia literaria para presentar a Don Medidor como el arquetipo de burócrata gris y apoltronado por el capricho generoso de un número trocado por mano influyente durante el ejercicio de su oposición a señorito. Por gracia de la matemática bailona se entrega -naturalmente cobrando del erario- a la afición rasante. Llevado de su ética medidora quita a los que pueden hacerle sombra y pone a sus devotos: la educación pragmática, como él mismo dice, sale ganando. Nuestro personaje, cada vez más conocido en los círculos de comisionistas, duerme plácidamente y mientras sueña que la patria le acuna esboza una mueca desnivelada, acaso anticipo de la muerte.).

Concepción prosaica y concepción poética de la educación

En el mundo de la educación no se debe rechazar la experiencia sentiente y vivida, so pretexto de que pertenece al ámbito de lo subjetivo y que, por tanto, debe ser eliminado de la investigación e incluso de la formación. La perspectiva convencional y hegemónica de acercarse a la ciencia debe complementarse con el enfoque hermenéutico o interpretativo. Hay que recordar que lo cuantitativo y lo cualitativo permiten proceder igualmente de manera legítima en educación. Mejor si ambas vías se complementan. Llevado al terreno que nos ocupa, hablo de concepción prosaica de la educación para referirme sobre todo a un conocimiento formal que se lanza a la búsqueda del “rigor”, que se apoya en el cálculo, que eleva el número a la categoría más alta posible y que se expresa a través de reglas y principios. La formación derivada de esta concepción se encamina principalmente a la búsqueda de resultados, al ordenancismo y al eficientismo, pero soslaya los procesos y los condicionantes. En cambio, para la concepción poética de la educación la persona es, además de ser racional o cognoscente, alguien dotado de sensibilidad y fantasía, con necesidades, intereses y que se halla en una concreta situación social. En cierto modo, esta doble visión (prosaica y poética) es antigua y ya se adivina en la bipolaridad representada respectivamente por el realismo y el humanismo pedagógicos. Ni que decir tiene que estos enfoques, tomados por separado, no ofrecen respuestas definitivas a los interrogantes educativos. Lo deseable es que se tengan en cuenta ambos, esto es, que se complementen.        
La educación sale beneficiada cuando se nutre a la vez del saber filosófico-antropológico y del conocimiento experimental. Este doble cariz es inevitable y dilata la visión de la formación, cualquiera que sea el nivel. De un lado, el encuadre humanístico es fundamental porque adentrarse en el terreno de la educación equivale a penetrar en el misterioso mundo personal y todo lo que lleva aparejado: circunstancias, trayectorias, proyectos, relaciones, etc. Mas si esta aproximación es necesaria, no lo es menos el establecimiento de un corpus de conocimientos a partir de los hallazgos experimentales aportados por las denominadas ciencias de la educación. La desatención de alguna de estas dos dimensiones -filosófica y empírica- ha dejado al descubierto la insuficiencia de algunas propuestas pedagógicas contemporáneas. Valga, por cierto, un breve apunte para señalar que lo que no se comprende, en absoluto, es la crítica generalizada contra la pedagogía. El hecho de que algunos profesionales hayan errado sus orientaciones no autoriza, en mi opinión, a descalificar a la ciencia mater de la educación.
La alianza entre razón científica y razón ética es absolutamente necesaria en todo tipo de educación. Por elemental que pueda parecer un proceso educativo debe establecerse sobre bases técnicas y morales. Cuán penoso es comprobar la mengua formativa generada por el descuido de uno de estos fundamentales aspectos.

Plataforma educativa endeble

Muchos problemas de nuestra sociedad occidental tienen su reflejo, cuando no su raíz, en la educación. El análisis de los procesos formativos actuales nos descubre una plataforma educativa provisional y endeble, expuesta a vaivenes legislativos mareantes, a la mercadería y a la tecnificación. La ley fundamental de la enseñanza-aprendizaje permanece inmutable, pero el profesor pierde protagonismo. Antaño a través de la relación personal, siquiera fuese por momentos y por mor del hechizo educativo, el educador se transmutaba en niño y éste maduraba. Ahora, en cambio, es frecuente que la máquina se interponga entre ambos y aun que los expulse del aula. La computadora, por ejemplo, ubicada generalmente en un lugar privilegiado del salón de clase desplaza a los que debieran ser genuinos protagonistas. La promesa de una formación lúdica, la avidez de informaciones, el espejismo de la modernidad sume a las instituciones educativas en tecnopatía, que es tanto como decir que se hace un uso indebido y abusivo de la técnica.
El modelo educativo humanista asentado en el encuentro y la comunicación está siendo desplazado por el individualismo y la artificialidad. La llegada de la técnica a los centros educativos parecía asegurar una mayor calidad, pero lo cierto es que aumenta la despersonalización. Se consumen abusivamente programas y productos informáticos y audiovisuales que fascinan por su luz y sonido, pero se debilita la palabra y la relación humana. Para no ser tachados de misoneístas, es justo señalar que los beneficios derivados de las llamadas “nuevas tecnologías” son indiscutibles, mas en el otro polo se sabe que un número significativo de profesores y alumnos experimentan diversos perjuicios: necesidad de adaptación constante, aislamiento, adicción, confusión, pasividad, etc. Ya he señalado en otros lugares que la neutralización de los efectos negativos y la potenciación de los positivos pasa por promover una alfabetización técnica que necesariamente debe iniciarse en la infancia con el concurso de padres y maestros.

“Escuela espectáculo”

En estrecha relación con lo tratado ha de evitarse utilizar la técnica como mero reclamo comercial. El proceso de tecnificación iniciado por numerosos centros educativos constituye un esfuerzo encomiable que, sin duda, dilata considerablemente su horizonte formativo. Sin embargo, se expande el riesgo de proliferación de la que he denominado “escuela-espectáculo”, aquella en la que el saber se subordina al entretenimiento. En ella el docente pasa a ser un “profesor-presentador” que busca ante todo atraer al “alumno-espectador”. La educación se convierte en negocio y la técnica en su lanzadera al gran mercado con la consigna de un prometedor futuro al alcance de los bolsillos adinerados. Esta pedagogía pragmatista, superficial y plutocrática no repara en sus nocivas consecuencias: la manipulación, la insolidaridad, el hedonismo, la pereza, el desequilibrio social y la debilitación intelectual.
La “escuela-espectáculo” y la “escuela-mercado” tienen mucho en común, si es que no son lo mismo. Se rigen por el deslumbramiento técnico y por el interés comercial, soslayan los procesos y enfatizan los resultados, cultivan la fachada y desprecian el fondo. La fusión entre técnica y mercado se advierte con toda nitidez en el término ‘mercadotecnia’, conjunto de principios y prácticas encaminados a incrementar el comercio, también en el caso de la educación. Ni que decir tiene que el consumismo educativo, uno de cuyos reflejos se patentiza en la titulitis, merma la formación humana, por más que las ofertas académicas se acompañen de acreditaciones de calidad.
Las sombras que se ciernen sobre la educación actual aumentan por el inestable marco legislativo. Vientos políticos agitan las leyes y confunden a un significativo sector de la comunidad educativa. Con este panorama se impone una apelación a la sensatez y a la coherencia. El fortalecimiento de las raíces educativas proporciona seguridad. Me animo asimismo a recordar a mis colegas educadores, profesores de cualquier nivel, el valor de la autonomía docente a la que por supuesto no se debe renunciar. El ejercicio libre y responsable de la profesión en una cultura del compromiso es uno de los antídotos más efectivos contra la incertidumbre reinante.
Concluyo estas reflexiones señalando que la superación de los problemas formativos pasa, a mi juicio, por animar la educación, lo que equivale a vigorizarla y vivificarla.

 

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