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referirse
a un cambio en el curso de algo, que puede ser para mejorar o para empeorar.
Pensemos, por ejemplo, en una enfermedad. También se refiere a una situación
complicada, v. gr., la crisis de la economía. En este artículo se maneja
la palabra en el doble sentido, pues en mi opinión nos encontramos en
un momento de mutación educativa profunda, que presenta no pocas dificultades.
Evidentemente, esta situación puede adoptar un rumbo positivo o degradarse.
Hablar de crisis
de la educación equivale a reflexionar sobre distintas cuestiones: el
fracaso escolar, el debilitamiento de la convivencia en los centros, la
confusión de valores, la tecnificación creciente, la multiculturalidad,
el malestar docente, el papel de la Universidad, el debilitamiento de
las relaciones familia-escuela, etc. Cada uno de estos temas requeriría
por sí mismo mucha tinta, de modo que me limito a enunciarlos y a invitar
a que se piense sobre ellos. Sobre algunas de los asuntos referidos me
he pronunciado en esta misma tribuna, pero ahora me interesa abordar,
siquiera sea a vuelapluma, ciertos puntos que pueden animar a enfocar
de manera innovadora la educación de nuestros días. Si se me permite la
autocita extraída de mi libro “Teoría y práctica de la educación” (2003):
“Da la impresión de que la educación, expuesta a constantes reformas legislativas,
ha perdido la confianza en sí misma. Más allá de eventuales normativas
es necesario retornar a las raíces de la educación, fortalecerlas y adaptarlas
a los nuevos tiempos. Con cierta frecuencia se viene observando en los
distintos niveles de la educación una despreocupación por el ser humano,
quizá porque hay demasiados intereses creados. La incoherencia penetra
por todos los rincones hasta el punto de que retrasa o frena los avances
sociales. No es extraño que se haya extendido tanto la confusión. Aunque
es verdad que la institución escolar no es la única responsable, tampoco
hay que caer en actitudes de complacencia o de complicidad, en ocasiones
sin tener conciencia de lo que se realiza o se deja de hacer.”.
Renovación
educativa
Estamos
en época de mudanza social y educativa y es preciso renovar el conocimiento
científico sobre la formación. La “revolución educativa” debe nutrirse,
en mi opinión, de un paradigma neohumanista. Se está imponiendo el discurso
de la “objetividad”, de la medición científico-positiva, de la lógica,
del control de sucesos y fenómenos, también de las personas (profesores
y alumnos) y de las instituciones. Llega también la insensibilidad evaluadora
y con ella los perjuicios y las exclusiones. Desde luego, no tengo nada
en contra de que se utilicen adecuadamente ciertos procesos de valoración,
pero sí de que se haga una utilización tendenciosa e inapropiada de los
mismos. Procede, por tanto, reforzar esta posición afirmando que en asuntos
humanos -y la educación lo es- no todo es cuestión de puntaje. (Me tomo
licencia literaria para presentar a Don Medidor como el
arquetipo de burócrata gris y apoltronado por el capricho generoso de
un número trocado por mano influyente durante el ejercicio de su oposición
a señorito. Por gracia de la matemática bailona se entrega -naturalmente
cobrando del erario- a la afición rasante. Llevado de su ética medidora
quita a los que pueden hacerle sombra y pone a sus devotos: la educación
pragmática, como él mismo dice, sale ganando. Nuestro personaje, cada
vez más conocido en los círculos de comisionistas, duerme plácidamente
y mientras sueña que la patria le acuna esboza una mueca desnivelada,
acaso anticipo de la muerte.).
Concepción
prosaica y concepción poética de la educación
En
el mundo de la educación no se debe rechazar la experiencia sentiente
y vivida, so pretexto de que pertenece al ámbito de lo subjetivo y que,
por tanto, debe ser eliminado de la investigación e incluso de la formación.
La perspectiva convencional y hegemónica de acercarse a la ciencia debe
complementarse con el enfoque hermenéutico o interpretativo. Hay que recordar
que lo cuantitativo y lo cualitativo permiten proceder igualmente de manera
legítima en educación. Mejor si ambas vías se complementan. Llevado al
terreno que nos ocupa, hablo de concepción prosaica de la educación para
referirme sobre todo a un conocimiento formal que se lanza a la búsqueda
del “rigor”, que se apoya en el cálculo, que eleva el número a la categoría
más alta posible y que se expresa a través de reglas y principios. La
formación derivada de esta concepción se encamina principalmente a la
búsqueda de resultados, al ordenancismo y al eficientismo,
pero soslaya los procesos y los condicionantes. En cambio, para la concepción
poética de la educación la persona es, además de ser racional o cognoscente,
alguien dotado de sensibilidad y fantasía, con necesidades, intereses
y que se halla en una concreta situación social. En cierto modo, esta
doble visión (prosaica y poética) es antigua y ya se adivina en la bipolaridad
representada respectivamente por el realismo y el humanismo pedagógicos.
Ni que decir tiene que estos enfoques, tomados por separado, no ofrecen
respuestas definitivas a los interrogantes educativos. Lo deseable es
que se tengan en cuenta ambos, esto es, que se complementen.
La
educación sale beneficiada cuando se nutre a la vez del saber filosófico-antropológico
y del conocimiento experimental. Este doble cariz es inevitable y dilata
la visión de la formación, cualquiera que sea el nivel. De un lado, el
encuadre humanístico es fundamental porque adentrarse en el terreno de
la educación equivale a penetrar en el misterioso mundo personal y todo
lo que lleva aparejado: circunstancias, trayectorias, proyectos, relaciones,
etc. Mas si esta aproximación es necesaria, no lo es menos el establecimiento
de un corpus de conocimientos a partir de los hallazgos experimentales
aportados por las denominadas ciencias de la educación. La desatención
de alguna de estas dos dimensiones -filosófica y empírica- ha dejado al
descubierto la insuficiencia de algunas propuestas pedagógicas contemporáneas.
Valga, por cierto, un breve apunte para señalar que lo que no se comprende,
en absoluto, es la crítica generalizada contra la pedagogía. El hecho
de que algunos profesionales hayan errado sus orientaciones no autoriza,
en mi opinión, a descalificar a la ciencia mater de la educación.
La
alianza entre razón científica y razón ética es absolutamente necesaria
en todo tipo de educación. Por elemental que pueda parecer un proceso
educativo debe establecerse sobre bases técnicas y morales. Cuán penoso
es comprobar la mengua formativa generada por el descuido de uno de estos
fundamentales aspectos.
Plataforma
educativa endeble
Muchos
problemas de nuestra sociedad occidental tienen su reflejo, cuando no
su raíz, en la educación. El análisis de los procesos formativos actuales
nos descubre una plataforma educativa provisional y endeble, expuesta
a vaivenes legislativos mareantes, a la mercadería y a la tecnificación.
La ley fundamental de la enseñanza-aprendizaje permanece inmutable, pero
el profesor pierde protagonismo. Antaño a través de la relación personal,
siquiera fuese por momentos y por mor del hechizo educativo, el
educador se transmutaba en niño y éste maduraba. Ahora, en cambio, es
frecuente que la máquina se interponga entre ambos y aun que los expulse
del aula. La computadora, por ejemplo, ubicada generalmente en un lugar
privilegiado del salón de clase desplaza a los que debieran ser genuinos
protagonistas. La promesa de una formación lúdica, la avidez de informaciones,
el espejismo de la modernidad sume a las instituciones educativas en tecnopatía,
que es tanto como decir que se hace un uso indebido y abusivo de la técnica.
El modelo educativo
humanista asentado en el encuentro y la comunicación está siendo desplazado
por el individualismo y la artificialidad. La llegada de la técnica a
los centros educativos parecía asegurar una mayor calidad, pero lo cierto
es que aumenta la despersonalización. Se consumen abusivamente programas
y productos informáticos y audiovisuales que fascinan por su luz y sonido,
pero se debilita la palabra y la relación humana. Para no ser tachados
de misoneístas, es justo señalar que los beneficios derivados de las llamadas
“nuevas tecnologías” son indiscutibles, mas en el otro polo se sabe que
un número significativo de profesores y alumnos experimentan diversos
perjuicios: necesidad de adaptación constante, aislamiento, adicción,
confusión, pasividad, etc. Ya he señalado en otros lugares que la neutralización
de los efectos negativos y la potenciación de los positivos pasa por promover
una alfabetización técnica que necesariamente debe iniciarse en la infancia
con el concurso de padres y maestros.
“Escuela
espectáculo”
En
estrecha relación con lo tratado ha de evitarse utilizar la técnica como
mero reclamo comercial. El proceso de tecnificación iniciado por numerosos
centros educativos constituye un esfuerzo encomiable que, sin duda, dilata
considerablemente su horizonte formativo. Sin embargo, se expande el riesgo
de proliferación de la que he denominado “escuela-espectáculo”, aquella
en la que el saber se subordina al entretenimiento. En ella el docente
pasa a ser un “profesor-presentador” que busca
ante todo atraer al “alumno-espectador”. La educación se convierte en
negocio y la técnica en su lanzadera al gran mercado con la consigna de
un prometedor futuro al alcance de los bolsillos adinerados. Esta pedagogía
pragmatista, superficial y plutocrática no repara en sus nocivas consecuencias:
la manipulación, la insolidaridad, el hedonismo, la pereza, el desequilibrio
social y la debilitación intelectual.
La “escuela-espectáculo”
y la “escuela-mercado” tienen mucho en común, si es que no son lo mismo.
Se rigen por el deslumbramiento técnico y por el interés comercial, soslayan
los procesos y enfatizan los resultados, cultivan la fachada y desprecian
el fondo. La fusión entre técnica y mercado se advierte con toda nitidez
en el término ‘mercadotecnia’, conjunto de principios y prácticas encaminados
a incrementar el comercio, también en el caso de la educación. Ni que
decir tiene que el consumismo educativo, uno de cuyos reflejos se patentiza
en la titulitis, merma la formación humana, por más que las ofertas
académicas se acompañen de acreditaciones de calidad.
Las
sombras que se ciernen sobre la educación actual aumentan por el inestable
marco legislativo. Vientos políticos agitan las leyes y confunden a un
significativo sector de la comunidad educativa. Con este panorama
se impone una apelación a la sensatez y a la coherencia. El fortalecimiento
de las raíces educativas proporciona seguridad. Me animo asimismo a recordar
a mis colegas educadores, profesores de cualquier nivel, el valor de la
autonomía docente a la que por supuesto no se debe renunciar. El ejercicio
libre y responsable de la profesión en una cultura del compromiso es uno
de los antídotos más efectivos contra la incertidumbre reinante.
Concluyo estas
reflexiones señalando que la superación de los problemas formativos pasa,
a mi juicio, por animar la educación, lo que equivale a vigorizarla y
vivificarla.
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