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profesores
centran, en la actualidad, la atención de la comunidad educativa
y de los profesionales de la salud mental. Incluso en la sociedad hay
cierta inquietud por el estado psicológico de los docentes, acaso
provocada por algunos lamentables sucesos recogidos por los medios de
comunicación.
En el ámbito
escolar se han extendido los problemas de estrés, ansiedad y depresión
que se traducen frecuentemente en bajas laborales. Estos trastornos no
son exclusivos de los profesores. La prisa, la competitividad y los cambios
vertiginosos amenazan el equilibrio de muchos trabajadores. Etimológicamente
el término ‘trabajo’ se deriva del latín tripalium (tres
palos), un instrumento de tortura constituido por tres maderos cruzados
a los que era atado el reo para azotarlo. La raíz de la palabra
nos recuerda la presencia en el trabajo de un componente de esfuerzo y
dolor, que necesariamente nos lleva a reflexionar si el sufrimiento es
la vertiente dominante en la labor educadora actual.
En primer lugar,
hay que decir que el profesorado constituye un grupo muy heterogéneo.
Con todo, sí hay algunas notas comunes a todo el colectivo, entre
las que salta a la vista el trato con personas. Aun cuando la relación
con los alumnos es uno de los aspectos potencialmente más gratificantes,
lo cierto es que en un número significativo de casos esta comunicación
está presidida por la tensión, ya sea por indisciplina de
los escolares, ya porque el docente carece de habilidades sociales, etc.
Por otra parte, la actividad educativa está saturada de responsabilidades.
Es frecuente que el profesor se mantenga hipervigilante durante varias
horas al día y que asuma funciones policiales y parentales que
le abocan al agotamiento profesional. La sobrecarga de tareas unida a
las frustraciones, insatisfacciones y a la falta de entendimiento con
otros miembros de la comunidad educativa (colegas, padres y alumnos) puede
desencadenar en los profesores alteraciones como: fatiga, descenso de
la concentración y del rendimiento, ansiedad, insomnio, trastornos
digestivos, etc. En ocasiones la presión ocupacional golpea al
profesor con tanta fuerza que desequilibra su organismo y consume su energía.
Este desgaste nos lleva a pensar en el síndrome de agotamiento
profesional ("síndrome del quemado", en inglés
burnout) que se manifiesta en el cansancio psicofísico y
en el abatimiento. Los profesores que padecen este problema pueden experimentar
cambios a nivel cognitivo (dificultad para mantener la atención,
ideas de que son atacados por compañeros o alumnos, etc.), en el
plano emocional (tristeza profunda, irritabilidad...) y en la conducta
(consumo de tóxicos, abandono del trabajo, etc.).
Fuentes
de malestar docente
A
veces en los profesores se da malestar, aunque no desemboque en agotamiento
profesional propiamente dicho. Veamos algunas de las fuentes más
comunes de esta insatisfacción:
- Inquietud e incertidumbre ante el futuro legislativo. El cambiante
marco normativo que en materia educativa se ha producido en los últimos
años genera desasosiego en un considerable sector del profesorado,
al tiempo que supone un sobreesfuerzo por la adopción de nuevas
estrategias de adaptación. En este punto invocamos los principios
de libertad y responsabilidad que han de guiar la labor educadora. Es
menester que el profesor asuma sus propias decisiones. El respeto a la
ley debe armonizarse con propuestas e iniciativas autónomas basadas
en fundamentos psicopedagógicos sólidos.
- Merma del prestigio social. De un tiempo a esta parte la imagen
del profesorado se ha ido devaluando. Por un lado, algunas informaciones
periodísticas han ofrecido un enfoque conflictivo de los educadores.
Por otro, se han debilitado las relaciones entre padres y profesores,
hasta el punto de que a veces parece que están enfrentados. Quizá
se han depositado demasiadas expectativas en la escuela olvidando la responsabilidad
y el impacto formativo de otras instituciones y se culpa del "fracaso
educativo" al profesorado.
- Las conductas antisociales de algunos alumnos. Hay casos en los
que la situación se vuelve insostenible y algunos profesores que
son objeto de desafíos, amenazas y aun agresiones temen ir al centro.
- El sistema de promoción y la remuneración no son del
agrado de todos. A esto hay que añadir que algunos docentes
trabajan con contratos precarios y carecen de la mínima estabilidad
laboral.
- Formación
psicopedagógica insuficiente. La preparación del profesorado
ha de trascender la mera instrucción para convertirse en un proceso
humanizador integral, en el que se armonice la ciencia con la ética,
el dominio técnico con la capacidad de relación interpersonal.
Los factores
mencionados no agotan la relación de causas de problemas que presentan
los profesores. Tampoco hay que olvidar que el impacto de las situaciones
y condiciones laborales depende en amplia cuantía de la personalidad
de cada docente. Los profesionales más propensos a padecer trastornos
psíquicos son los que presentan inclinación a competir,
alto nivel de aspiraciones, inseguridad, sentimientos de culpa y baja
autoestima. Los profesores que sufren estrés o depresión
pueden ignorar su problema, incluso puede ocurrir que una exploración
demasiado centrada en el plano corporal no descubra la verdadera dolencia.
La actividad
educativa se realiza a través de la relación humana, que
comporta a un tiempo enriquecimiento personal y compromiso emocional.
Es innegable que el trato con el educando puede reportar muchas alegrías,
pero igualmente cierto es que la comunicación con el alumno conduce
a veces a la frustración y la ansiedad. Hay profesores que se ponen
un escudo para protegerse y que se suele traducir en rigidez e inhibición,
otros enferman ante los conflictos interpersonales y las múltiples
responsabilidades. Los más afortunados, acaso porque en ellos se
combina competencia social y condiciones laborales adecuadas, encuentran
en la profesión un cauce óptimo para la autorrealización.
Aunque no se
llegue a la quiebra de la salud mental, lo que sí se observa en
un significativo número de profesores es una acumulación
de malestar que lleva a vivir la actividad educativa como una tarea de
tonalidad gris, despojada de sus radicales placenteros. La vida profesional,
convertida en mera vía de subsistencia, pierde su sentido y, en
consecuencia, disminuye la calidad de la educación.
Prevención
de la insatisfacción laboral
La
satisfacción laboral es necesaria para que cualquier trabajador
se entusiasme con la tarea y rinda. En el caso de los educadores, el bienestar,
además de fuente de salud, se proyecta sobre los alumnos. Los profesores
que están a gusto con su labor infunden en los escolares un estado
de ánimo favorable para la actividad fecunda. Proponemos seguidamente
algunas pautas preventivas del malestar docente:
- Disponer
de un proyecto educativo que haga crecer como personas y profesionales.
Dar entrada en el mismo a la participación de los demás.
El espíritu de comunidad refuerza la energía vital y protege
la personalidad.
- Aprender
a disfrutar de pequeños logros, así como a advertir nuevos
y buenos matices en la cotidianidad.
- Programar
y aprovechar los períodos vacacionales, para salir del circuito
de tensión y reincorporarse al trabajo con fuerzas renovadas. Adquiere
gran importancia la utilización saludable del tiempo libre diario
y de los fines de semana.
- Entre las
medidas protectoras del malestar no pueden faltar tampoco la dieta equilibrada,
la actividad física, la relajación muscular, la actitud
mental positiva, etc.
- Intercambiar
experiencias y opiniones con los colegas. La comunicación y las
relaciones personales presididas por la cordialidad neutralizan los aspectos
negativos del trabajo. El aislamiento a que a veces propende el profesor
no hace sino acrecentar los problemas.
- Poner una
nota de creatividad en lo que se realiza. La actividad educativa es susceptible
de innovación. Es verdaderamente lamentable el caso de algunos
docentes que, apoyándose en unos apuntes amarillos y desgastados,
se limitan a repetir curso tras curso los mismos contenidos.
No se pase
por alto en este paquete de propuestas el relevante papel que juega el
centro educativo en su conjunto. El clima institucional de confianza,
seguridad, respeto y valoración es una de las mejores vacunas contra
el malestar, así como uno de los principales impulsores del crecimiento
individual y colectivo. El apoyo de la organización, tanto en el
plano del reconocimiento profesional como en el de las retribuciones,
constituye un objetivo perentorio para garantizar la adaptación
laboral y el equilibrio personal de los docentes.
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