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Absentismo
escolar,
absentismo psicológico
Un
término nuevo para denominar una costumbre puede cambiar nuestra
percepción de una realidad. "Pellas" o "novillos",
término para denominar hasta hace muy poco las faltas a clase,
significaban algo esporádico que no producía alarma social
ni hacía intervenir a la Policía. Hoy, el lenguaje políticamente
correcto ha impuesto el sintagma "absentismo escolar". Esta
expresión magnifica el fenómeno y hace que los miembros
de la comunidad educativa lo perciban como un gran problema y los padres
presionan para que lo resuelvan.
Hay quienes,
por asociación de ideas, enlazan el absentismo escolar con el cuadro
de Degas, "La bebedora absenta", ¿Estará relacionado
el absentismo con el alcoholismo? Los alumnos beben, y mucho, en las noches
de botellón. También declaran consecuencias: violencia sin
sentido, euforia pasajera o imposibilidad de entablar una conversación
o "ligar" sin beber antes.
No estoy pensando
ahora en esas consecuencias del alcohol, sino en otro efecto más
sutil, pero de enorme trascendencia: la dormición de los sentidos
y del razonamiento. ¿Cuántos alumnos asisten despiertos y conscientes
al aula? ¿Cantos oyen, entienden, analizan, comparan la explicación
del profesor? En una clase de las consideradas "buenas", ¿podemos
tener entre un 10 y un 20 por ciento? El resto de los alumnos miran al
profesor con la cara perdida de quien ni entiende, ni le importa, ni le
preocupa. La barrera entre los alumnos y el profesor parece el Muro de
Berlín, y se profundiza con los años.
Los alumnos
están ausentes, se parapetan unos tras otros. Cuando el profesor
se dirige a un alumno en particular, el alumno rápidamente responde
con un "no sé", "¿qué es lo que me pregunta?"
"El gesto y la mirada dicen al profesor:"A mí no me mire,
a mí no me pregunte, yo no haga nada, no le estoy molestando..."
¿Cómo
luchar contra ese absentismo psicológico? No vale decir únicamente
que un buen profesor atrae tanto la atención de los alumnos que
es capaz de motivarlos durante toda la clase.
Profesores
con gran vocación y que han demostrado durante años sus
destrezas pedagógicas reconocen que ese absentismo es una barrera
que no pueden saltar, atravesar o evitar. Como contraste, hay alumnos
que no asisten a clase pero que, cuando llega el final de curso, no reclaman
y aceptan el suspenso.
Sin embargo,
el que se pasa el año sentado pasivo en el aula, al final dice
al profesor:" Por qué me ha suspendido? He aguantado todo
el curso".
Está
dando por supuesto que su mera asistencia merece el aprobado como recompensa.
Percibe que, de no ser así, el profesor ha roto las reglas del
juego.
En realidad,
las reglas se rompen porque los profesores, haciendo de padres despreocupados
e indulgentes, les premiamos con el aprobado.
María
del Pilar Vázquez
LA RAZÓN. 4 de junio de 2002
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