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El
autor del presente artículo, sin caer en el reduccionismo, pretende
abrir un espacio de análisis y reflexión sobre las interpretaciones
que cualquier manifestación psicopatológica infantil pueda
tener, y excluye que tales manifestaciones deban tener como determinante
exclusivo los elementos patógenos |
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Psicopatología
infantil, familia
y desarrollo de la infancia |
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Bienvenido
Mena Merchán |
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OS son los supuestos fun- | ||||||||||||
damentales que debemos tener en cuenta en el estudio infantojuvenil: primero, que el niño en su evolución va a manifestar diversas formas expresivas de matiz psicopatológico, cuya expresividad tendrá que ver muy directamente con el momento evolutivo en el que se encuentre el niño, y segundo, que en diversas manifestaciones psicopatológicas infanto-juveniles juegan un papel importante los factores familiares distorsionantes, alteradores del equilibrio del sistema familiar, cuya repercusión será variable según el momento evolutivo del niño. La aceptación de que, precisamente en base a las características evolutivas peculiares del niño en desarrollo, se producen diversas formas expresivas específicas al momento cronológico en que las mismas se manifiestan, incluso ante el mismo factor patógeno determinante, es un criterio universalmente aceptado ya por cuantos se dedican al estudio psicopatológico de la infancia. Estas peculiaridades expresivas vienen determinadas por las diversas formas de respuesta del organismo infantil, en función del nivel maduracional adquirido. Así podemos comprobar que mientras que en los primeros momentos del desarrollo priman las manifestaciones psicopatológicas de expresión somática, en una segunda etapa destacarán las de carácter emocional e instrumental, para primar en último término, las de carácter funcional, en las que existen características superponibles a las manifestaciones del adulto. Otra referencia inexcusable en estas primeras manifestaciones es respecto a las posibilidades de multiexpresividad de las manifestaciones piscopatológicas infantiles en los diversos momentos evolutivos de su desarrollo. Lo que no permite considerar una linealidad expresiva sino una gran variabilidad. Existe otro dato que pienso de interés subrayar en este momento y es la capacidad expresiva que el niño encuentra en su propio cuerpo para manifestar los diferentes conflictos por los que pueda pasar. La capacidad de somatización es más elevada en el niño que en el adulto, en función del carácter evolutivo y escasamente integrador que, precozmente, tiene aún la expresividad funcional del niño. El segundo punto a tener en cuenta, es el del papel que juega la familia en la génesis de alteraciones psicopatológicas en el niño se han visto potenciadas desde el momento que se ha empezado a considerar a la familia desde la perspectiva de la Teoría General de Sistemas. Las concepciones clásicas del enfermar humanos, se han decantado, bien hacia la concepción organicista que ha pretendido encontrar una base orgánica en cuantas manifestaciones psicoclínicas existen, y los modelos psicológicos que han puesto el énfasis, preferentemente, en el modelo de que el enfermar es consecuente a conflictos intrapsíquicos en los que el medio ambiente es un factor condicionante de carácter secundario o la del modelo que interpretaba la enfermedad como una respuesta a una sociedad enferma, donde los factores endógenos no tienen significación alguna. Estos modelos generales y esquemáticos, que han provocado diversos sistemas en el plano de la indagación de modelos diagnósticos y terapéuticos, se van decantando progresivamente, en especial a lo que hace referencia a la conceptualización general del niño con problema, hacia un sistema más ecléctico y multidimensional en el que, sin olvidar el papel fundamental que, en determinadas ocasiones pueden jugar los factores endógenos, sin embargo se considera ya al individuo como un elemento integrado, dinámicamente, en una estructura abierta en el que la influencia negativa que de actitudes incorrectas y erróneas se puedan derivar, influyen no solamente en el sentido de determinar diversas manifestaciones expresivas, sino que en un proceso de feed-back, estas manifestaciones determinan nuevas formas de comportamiento del contexto determinante. Aprendizaje y control social La progresiva maduración piscomotriz infantil con una más exacta capacidad tanto en el terreno instrumental como afectivo, va sentando las bases fundamentales para el inicio de los procesos de aprendizaje y control social del niño. Ello abre amplias posibilidades al niño que, enfrentado ya no solamente con el contexto familiar, sino con un más amplio contexto social, y con nuevos requerimientos personales, se encontrará en situaciones capaces de provocar variados conflictos. La adecuación oportuna de las capacidades infantiles con el desarrollo de actividades idóneas, en un marco de motivaciones positivas, va a sentar las bases de una etapa especialmente crítica de la infancia, de la que podrá derivarse, en el supuesto de un proceder adecuado, una estructuración psi-cosocial buena. No es menos importante el papel de los padres en esta etapa de maduración psicoafectiva. El inicio de los procesos de identificación personal, individualización, personalización, estructuración ética, etc., se desarrollarán en el interjuego que los diversos miembros familiares establezcan con el niño en el desarrollo. Una política errónea de tratamiento de este niño con respecto al resto de la fratria (exigencias incompatibles con el nivel de madurez personal, estados de aislamiento y deprivación afectiva...) puede dejar una huella indeleble condicionante de comportamientos alterados actuales y conductas anómalas futuras. ¡Cuántas situaciones de fugas, robos, conductas delictivas o inadaptadas, o incluso de fracaso en los estudios e intentos de suicidio, por poner algunos ejemplos, desarrollados por chicos adolescentes tienen como base la incomprensión, las dinámicas familiares alteradas! Bástenos estos breves ejemplos que, analizando esquemáticamente la evolución normal del niño, he querido prestar para comprender la importancia y significación que tienen los factores familiares en los procesos de normalización de la conducta infantil. Y empezando por la lactancia, etapa principal en la que las perturbaciones de las relaciones familiares van a tener una gran riqueza expresiva y de unas consecuencias futuras imprevisibles, graves en ocasiones, en la que vamos a intentar diseñar las circunstancias sobre las que se estructuran diversos tipos de anomalías infantojuveniles. Sistema relacional madre-hijo Queremos insistir en el fundamental papel de lo que se ha venido a denominar la díada, término acuñado por Simmel y usado por Spitz o sistema relacional madre-hijo, cuya base estructural está, por una parte, en la total dependencia del bebé inerme para su autonomía, en subvenir sus necesidades básicas, y por la madre, elemento básico en el proceso de aporte, no sólo de los nutrientes primarios para el crecimiento y desarrollo del bebé, sino del aporte afectivo básico, tan esencial como el nutriente. Las características de estas relaciones en el plano comunicativo se basa no solamente, en las manifestaciones explícitas de la madre, expresadas de forma oral, sino en una serie de expresiones implícitas, manifestadas a través de las caricias, contactos, etc. que con un elevado matiz simbólico van a ser captadas por el niño, colaborando en la estructuración adecuada de su propia integración personal. Las interacciones que se establecen en esta diada, a diferencia de lo que habitualmente se considera, no se realiza exclusivamente en un plano unidireccional, de la madre al hijo, sino que del propio niño, y en función de lo que para algunos autores (Millón) se ha llamado patrón básico de reacción infantil, o potencial o equipamiento de base (Ajuriaguerra), partirán diversos estímulos de cuya adecuación a las expectativas maternas, derivarán comportamientos de aceptación o actitudes de rechazo maternos.
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