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El abismo de las desigualdades Desde hace unos meses y con el eslogan: "El Tercer Mundo está desapareciendo. Enhorabuena", la ONG Ayuda en Acción ha lanzado una campaña publicitaria que, como mínimo, puede calificarse de "equivocada". Remitiéndonos al "Informe mundial sobre el desarrollo humano de 1998" que ha publicado el "Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)", sabemos que el abismo de las desigualdades se ha hecho más profundo en el transcurso de las últimas décadas, se ha constatado que "en 1960 el 20% de la población mundial que vivía en los países más ricos tenía una renta 30 veces superior a la del 20% que vivía en los países más pobres. En 1995, su renta era 82 veces superior al del 20% que vivía en los países más pobres". Estas diferencias parecen todavía más espectaculares si se relaciona la miseria de los más pobres con los bienes acumulados por un puñado de privilegiados: la fortuna de las 3 personas más ricas del mundo sobrepasa el producto interior bruto (PIB) acumulado de los 48 países en vías de desarrollo más pobres. Las publicaciones precedentes del PNUD ya habían advertido sobre la escandalosa distancia que separa a los más ricos de los más pobres. Pero el informe de 1998 va más lejos. Sus estadísticas evidencian una realidad en la cual "no menos de 100 países –todos en vías de desarrollo o en transición- han experimentado un retroceso económico serio en el curso de los últimos treinta años. En consecuencia, la renta por habitante es inferior a la que era hace diez, quince, veinte o incluso treinta años", tal y como denuncian los expertos, autores de dicho informe. Conociendo estos datos, me pregunto ¿en que se basarán para afirmar. "El Tercer Mundo está desapareciendo"? ¿Es ignorancia o intentan engañarnos?. Desgraciadamente el Tercer Mundo no está desapareciendo, no debemos dejarnos confundir por mensajes bienintencionados" que desvían la atención de la realidad e intentan desactivar la capacidad de crítica, instalándose en la complacencia y el conformismo de que, al igual que España, "El mundo va bien". José
Villegas Torres. Murcia. |
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El gasto en educación Según se desprende del reciente informe sobre el Estado de la Educación en 1998, elaborado por la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), España se encuentra entre un grupo de países -Francia, México, Noruega y Suiza- en donde el gasto público en enseñanza ha registrado un aumento en los últimos años de entre un 0,5 y un 1.4 puntos con respecto al Producto Interior Bruto (PIB). Se trata sin duda alguna de un dato alentador que viene a demostrar la preocupación de los poderes públicos por mejorar nuestro sistema educativo, lo que se corresponde con las numerosas declaraciones de intenciones realizadas desde hace años por la Unión Europa, en el sentido que no existe mejor inversión para un país que la inversión en materia educativa. No obstante, el mismo informe de la OCDE recuerda que en España, el gasto en enseñanza superior y no universitaria, se sitúa en el 5% del PIB, algo que coloca a nuestro país casi un punto por debajo de la media de los miembros de esta organización (5,9%) y que nos desplaza aún más lejos de las inversiones que se realizan en los países escandinavos, que cuentan con un media cercana al 7% del PIB en educación. Otro dato a tener en cuenta es que, de acuerdo con el citado informe, en España -también en Portugal, Grecia e Islandia-, los resultados académicos que obtienen los estudiantes es de entre uno y dos años de retraso con respecto también a la media de los otros miembros de la OCDE. Esto viene a demostrar que la cada vez mayor inversión en enseñanza debe de contar con un análisis riguroso de finalidades y objetivos. Entiendo que las distintas Administraciones educativas, desde la central hasta las autonómicas, han de coordinar estrategias para que el dinero que se gasta en educación revierta no sólo en infraestructuras educativas, sino también en otros aspectos de suma importancia para los logros de la enseñanza, como son la formación docente, la organización de los centros o la evaluación del sistema educativo. Las inversiones en enseñanza deben abarcar tanto las grandes cifras como aquellas cuestiones más puntuales y específicas de la escuela, que, a mi manera de ver, son vitales para los objetivos que se persiguen: que nuestra educación sea cada vez de mayor calidad.
María José Fernández (Madrid) |
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